8. Sangre en los sueños

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—No lo eres.

—No quiero ser mala —sollozó en voz baja.

—Y no tienes por qué. Aprende a su usar tu magia con conciencia y te aseguro que la usarás para el bien —indicó él—. Tienes un buen corazón, Alex. Solo que estás asustada. Y el miedo y la ignorancia en la magia solo harán que cometas errores. Si no quieres hacerle daño a nadie, aprende a controlarlo y verás que podrás usar esa magia para el bien. Ya no estará dominada por el miedo.

Alexandria continuó con las manos sobre el rostro. Sus palabras le hicieron entender por primera vez que, si esa magia estaba con ella, fuera o no con los brujos, la misma seguiría surgiendo. En sus pesadillas ella usaba poderes terribles para cometer los actos más horrorosos del universo sin siquiera pestañar. La magia estaba allí... y el miedo siempre la había hecho actuar mal. Errónea.

El miedo a que Piers se burlara de ella, el miedo a que Thielo la lastimara...

Tenía que controlar el miedo.

—Estoy bien. Estoy bien —contestó, apartando las manos y alzando la cabeza, pero todavía temblando y con muchas ganas de llorar—. Yo... entiendo. Tengo que dejar de tener miedo.

Luchar contra las imágenes que ya estaban en su cabeza no sería sencillo, pero si no hacía fuerza, todo sería peor. No podía convertirse en eso que veía en sus sueños.

—Tranquila, no estás sola —Ikei se inclinó hacia ella con una sonrisa—. Seremos tu familia y te ayudaremos. —La miró con esa expresión crédula y alegre y ella no pudo evitar desviar la mirada. Era impresionante como él podía encontrar la felicidad en todo, pero no era capaz de contagiársela—. ¿No quieres venir mañana conmigo a buscar al bosque a la siguiente compañera?

Con eso, ella pegó un brinco.

—No —soltó, de una. Lo que más veía en su sueño eran bosques. No quería acercarse más a bosques. No todavía—. ¿Por qué un bosque?

—Su familia vive algo apartada del pueblo, ya te imaginarás por qué. Así que debo ir hasta allí para encontrarme con ellos.

Se imaginó que no eran muy queridos en la ciudad, y aunque no le apetecía quedarse en ese cuarto sola, no pensaba entrar en el bosque ni, aunque le pusieran una espada en la nuca. Una de las escenas más espantosas transcurría en un bosque, oscuro y olvidado, y los gritos de sus víctimas resonaban entre los árboles. No, no quería ver eso con sus propios ojos.

—Todavía no me siento bien —musitó—. Me quedaré.

Ikei la mantuvo contra él un rato más, hizo algunas preguntas al azar, pero ella apenas contestó. Estaba agotada y no tenía ganas de seguir durmiendo, a pesar de todo. Sin embargo, alrededor de unos veinte minutos después, él regresó a su cama para dormir lo que le quedaba de la noche y ella se hizo un bollito en la propia, jurando que no volvería a pegar un ojo así estuviera desfalleciendo.

Finalmente, Ikei se marchó al amanecer. La saludó al verla despierta y Alexandria le dirigió un gesto apenas visible. Estaba destruida física y mentalmente y no sabía cómo iba a mejorar. Si dormía, se sometería a la tortura de su propia mente. Si no dormía, jamás iba a reponerse.

Permaneció allí, tumbada, hasta que la dueña de la taberna golpeó la puerta para traerle desayuno con leche fresca.

—La leche te ayudara a pasar el malestar —le dijo y también se disculpó por el accionar de su hija, que la había visto lo suficientemente madura como para beber un poco de vino—. Tu amigo me dijo que nunca antes habías bebido y es comprensible que estés así. Ahora come y bebe la leche caliente que te hará bien.

Destinos de Agharta 2, NyxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora