Con un beso en la mejilla, Paula y su hija se retiraron del altar para seguir conversando con otro grupo de mujeres, en el que se encontraban sus cuñadas y otras amigas. La mayor parte de los concurrentes eran absolutos desconocidos para mí, a excepción unos pocos amigos de su época de estudiante universitario, y que poco recordaba sus nombres.

Algunos hombres sin pareja, guapos en su mayoría, se agrupaban a lo largo de una de las anteúltimas bancas, vitoreando a lo lejos el nombre del novio, despertando la curiosidad de mi amiga, que a simple vista, señalaba las mejores características de cada uno. De tener sus datos, Juliana de seguro les realizaría sus cartas natales y de esta forma, determinar cuál sería el adecuado para mí.

Ella y sus ocurrencias tan particulares.

Juliana era mi confidente, y una de las cinco damas de honor. Una costumbre muy anticuada para mi gusto, y poco trascendental. Juli transpolaba en mi persona todo aquello que desearía hacer si no estuviese diabólicamente enamorada de Jordi, su novio de la preparatoria y el que sería su futuro esposo en menos de 4 meses.

Soñadora, verborrágica y generosa, Juliana era la única que sabía todo de mí. Y cuando digo todo, era exactamente todo. De contextura pequeña, voz chillona y muy sensible, estaba llorando a mares. Le di un pequeño pañuelo de papel que saqué de mi sobre de mano, apoyado en la primera banca, gesto que agradecería mientras limpiaba delicadamente la zona de sus ojos para no correr su rimel.

Puse los ojos en blanco al ver su bobalicona sonrisa dirigida a Jordi que desde la tercera fila de asientos la miraba absorto. Era terriblemente cursi.

Seguí observándolo todo con atención, Pamela había hecho un excelente trabajo, todo desbordaba de buen gusto, lujo y perfección.

¡Yo también haría un excelente trabajo con la escandalosa suma de dinero que le darían por el evento! Su nombre, muy famoso dentro de la alta sociedad y en boga en las últimas bodas de famosos y gente del jet set barcelonés, era sinónimo de éxito. Aquí mismo éramos testigos de eso.

El camino hacia el altar no era la típica alfombra roja de paño, sino que, en este caso, era un reguero de pétalos de rosas rojas, cuidado recelosamente por ella, ya que los niños corrían por doquier y la tentación por tocarlos y juguetear con ellos, era evidente por parte de los pequeños hiperactivos.

Sonreí de costado disfrutando el gran esfuerzo que consumía a Pamela, alejando a todos de aquel sendero.

Lentamente, los asientos se irían ocupando con grupos de 8 ó 9 personas que se saludaban entre sí, mientras que algunas mujeres se abanicaban por el calor de junio.

¡Uff, sí que estaba caluroso!

Durante mi recorrido visual, detallado pero atento, mi mirada recaería, sin intención pero sabiendo que tarde o temprano sucedería, en el novio, que se mecía solitario, a la espera de su bella damisela.

Mis ojos se clavaron en él.

Enfundado en un traje negro de tres piezas, camisa blanca y corbata plata, Santiago lucía espectacular de pies a cabeza, más de lo habitual. Verlo me cortó la respiración. Fue como un puñetazo en el estómago. Tragué en seco intentando disimular mi incomodidad al notar que él me observaba de igual forma que yo lo acababa de hacer. Debo haberme sonrojado, llevé mis manos a los pómulos, disimuladamente, deseando corroborar que era una simple sensación...pero no. Mi rostro ardía. ¿De resignación? ¿De dolor? ¿De ira? No lo sé....y creo que nunca lo sabré tampoco.

Santiago estudiaba mis movimientos, casi imperceptibles, pero tenía el don de desvestirme con sus ojos serenos pero expresivos. Deseé despegar mi vista de su cuerpo, pero no podía, con un incómodo y extraño magnetismo continuaba observándolo; todo él erguido, con ambas manos por detrás de su espalda y meciéndose ansiosamente en el altar mirando su reloj cada dos segundos.

"Entre la Miel y la Hiel" - (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora