4🥀 | 3 de Septiembre

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—Conmigo, adiós chicas —nos dice sin presentarse siquiera.

Las dos nos miramos sin entender nada y Rebeca encoge sus hombros, sin darle más importancia.

—¿Qué quieres beber? —me pregunta, mientras llena su vaso con cerveza.

—De momento nada, gracias.

Salimos de la cocina y seguimos a dos chicas que se dirigen al salón. Es la primera vez que estoy aquí y voy como el primer día de clase, totalmente perdida. Allí nos encontramos con Ben, que está muy concentrado jugando al billar con un grupo de chicos. Entre ellos veo dos caras que se me hacen conocidas pero no sé de qué.

Rebeca se acerca a su novio y le besa en la mejilla, haciendo que pierda el equilibrio y las bolas salgan disparadas hasta el lado contrario.

—Gracias Rebeca, siempre es un placer contar contigo para la victoria.

—No tan rápido Steven, esta partida todavía no ha terminado —le replica Ben.

Para no quedarme de pie observándolos, me siento en uno de los sofás y suspiro. Me pregunto si estará el tal Nathan Donovan por aquí.

Conforme va llegando más gente, en la habitación comienza a hacer un calor asfixiante y no lo digo porque tenga a mi lado una pareja restregándose y demostrándome cuanto se quieren. 

¿Acaso no ven que estoy aquí? Están invadiendo mi espacio personal.

Rebeca sigue con Ben en el billar y estoy comenzando a aburrirme. En busca de alguna distracción, miro los vasos que se acumulan encima de la mesa y un recuerdo alegre invade mi memoria: la fiesta de cumpleaños de Michaela Thompson.

En Greenwood era muy difícil que te invitaran a las fiestas, ya que solo la gente popular las organizaba. Pero Michaela siempre aspiraba a más e invitó a todo el instituto a su dieciséis cumpleaños, incluidos a Trevor y a mí. No duramos mucho en la fiesta, pero el poco tiempo que estuvimos al menos nos lo pasamos bien. Probamos la cerveza por primera vez y bailamos delante de un montón de gente sin importarnos hacer el ridículo. Aquella noche también nos dimos nuestro primer beso.

Con él todo era más fácil.

Seco mis ojos con las mangas del vestido, me levanto del sofá y salgo afuera para tomar el aire. Paso mi mirada por todo el jardín y, aparte de la gente que está saltando y tirándose de cabeza a la piscina, veo un reservado en el que no hay nadie y que me viene perfecto para sentarme sola y desahogarme.

Sorteo a varias personas y alguno de ellos me empuja, con tan mala suerte que caigo en la piscina. Al instante, siento el agua fría calándome hasta los huesos. No tardo en sacar la cabeza del agua y nado hasta las escaleras. 

Cuando estoy fuera, compruebo que mi vestido está empapado y mi teléfono también.

Genial.

Entro en la casa a toda velocidad, me dirijo hacia las escaleras, en busca del baño, y en el camino me tropiezo con un chico que esta inconsciente en el suelo. Le pido disculpas aunque sé que no me escucha.

Abro varias puertas topándome con varias habitaciones, pero ni rastro del baño. Al final del pasillo queda la única puerta que no he abierto. Entro y suspiro aliviada al dar por fin con lo que buscaba. Cierro la puerta con el pestillo, cojo una toalla del armario y seco mi teléfono aunque ya no sirve de nada.

Oficialmente está roto.

De pronto, las cortinas de la ducha se mueven hacia un lado sorprendiéndome. Doy un pequeño respingo, asustada, y mi teléfono se cae de mi mano al lavabo.

No estoy sola.

Giro mi cabeza lentamente hacia la izquierda y mi mirada se topa con la de un chico, pero no un chico cualquiera, es el chico que llamó mi atención horas antes, en el campo de voleibol.

Su pelo castaño le llega, más o menos, a la altura de los ojos y está completamente empapado. Varias gotas de agua le caen por el rostro y me fijo en sus ojos azules, que brillan por la luz. Aunque intento apartar mi mirada de él, hay algo que me impide hacerlo. Sigo el recorrido de las gotas de agua y desciendo la mirada hasta su cuerpo, tiene varios tatuajes repartidos por el torso y sus abdominales se marcan considerablemente.

Por lo menos lleva puesta una toalla en su cintura.

Esta vez hago un esfuerzo más grande para apartar la mirada de su cuerpo, pero en cuanto le escucho reírse a carcajadas, vuelvo a fijarme en él.

—¿Qué? —gruño.

—¿Por qué me miras tanto?

No pierdo mi tiempo en contestarle, cojo mi teléfono del lavabo y le tiro la toalla que tengo en la mano a la cara. Me acerco a la puerta a gran velocidad, por si al chico le da por vengarse de mí, e intento quitar el pestillo, pero no gira.

—No, no, no puede ser... —Intento girarlo de nuevo, pero nada, la puerta no se puede abrir. Recurro a mi última opción y comienzo a aporrear la puerta desesperada.

—¿Qué haces? —Rodea mis muñecas con sus manos para detenerme y me aparta hacia un lado—. Déjame a mí —Intenta mover el pestillo, pero al igual que antes, no se gira—. Mierda, lo has atascado.

—¡Yo no he hecho nada, si solo lo he girado!

—Este pestillo lleva roto siglos, ¿acaso no lo sabías?

—¿Cómo voy a saberlo? ¿Qué soy adivina?

—Que no cunda el pánico. Seguro que alguien pasará pronto por el pasillo y podremos avisarle para que nos saque de aquí, solo hay que girarlo desde fuera y listo. Mientras tanto, nos tocara esperar.

Se aparta de la puerta y su mirada desciende hasta mis manos. En cuanto ve mi teléfono, abre los ojos como si se le acabara de ocurrir una idea brillante.

—¿Por qué no llamas a alguien?

—Me han tirado a la piscina y el teléfono se ha mojado. Conclusión, no funciona.

Sigo golpeando la puerta sin éxito.

—¿Tienes tu móvil? —le pregunto, pero niega rápidamente con la cabeza.

Mierda.

¡Hola!

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¡Hola!

¿Qué os ha parecido el capítulo?

Melissa por fin se ha encontrado con el chico misterioso que llamó su atención y aunque ella todavía no lo sabe, puede que sea el tan conocido Nathan Donovan.

¡Nos leemos!

¡Nos leemos!

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Otra oportunidad para el amor | Bilogía Otra oportunidad #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora