Capítulo 5

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Capítulo 5

Esos malditos hombres del gobierno no iban a sacarle nada en absoluto, habían vuelto a estar allí aquella tarde igual que la del día anterior, y la del anterior al anterior, y la del anterior del anterior del anterior. Pero el sabía que tramaban y estaba preparado. No podrían incriminarlo, lo había grabado todo y tenía amigos importantes, oh sí, amigos muy importantes.

Le llamaban Culebra aunque este no era su verdadero nombre por supuesto, y estaba como cada noche en su buhardilla del viejo edificio libertador, donde ahora vivía rodeado de okupas de la peor calaña, «el mejor escondite posible» solía decirse a si mismo. Antaño aquella edificación había sido el centro neurálgico de un importante partido político, pero ahora apenas se tenía en pie. La mayoría de sus ventanas estaban tapiadas por ladrillos que en numerosos casos habían sido arrancados por yonkis en el intento acceder al interior. Los pasillos y habitaciones estaban plagadas de jeringuillas, bolas de papel de plata, botellas, cristales y todo tipo de basura. Las ratas campaban a sus anchas de aquí para allá e incluso en algunas habitaciones aún quedaba restos del hedor a muerto, que los indigentes fallecidos habían dejado antes de que pasaran a retirar sus cuerpos.

Su buhardilla por otro lado estaba bastante limpia y tenía muchas comodidades, incluso disponía de electricidad para su pequeño refrigerador donde guardaba algo de comida y las pruebas secretas que ocultaba a las manos del gobierno. Con una pequeña radio cada noche oía los mensajes cifrados que enviaban de la lejana oriente los malditos comunistas chinos, y un pequeño cubo espacioso de la sala colindante le servía como inodoro.

Tratando de obviar la persecución a la que se veía sometido desde que le expulsaron del centro de investigaciones especiales, tomó su vieja cuchara a la que llamaba esmeralda y vertió sobre ella unas piedras de heroína que había conseguido esa misma tarde haciendo un favor a un camello del barrio. Añadió un poco de agua y comenzó a calentarla mientras tarareaba una canción alegre, dejando volar su imaginación hacia el mundo de la locura.

Cuando la mezcla estuvo en su punto añadió las gotitas de un limón viejo y se dispuso a meterse el pico con la jeringuilla médica a estrenar que tenía en su botiquín. Normalmente consumía la droga inhalándola ayudado de una botella de plástico, un poco de papel de plata y un “turulo” fabricado con un bolígrafo vacío o una pajita. Pero esta vez había conseguido de la cruz roja local unas cuantas jeringas nuevas y se iba a dar un pequeño capricho. Lógicamente el sabía que a los voluntarios que venían al barrio no les interesaban prevenir las enfermedades en la zona, más bien lo contrario; trabajaban para el gobierno investigando en primera linea de guerra los efectos de las enfermedades que incubaban en los depósitos de agua para exterminar a los yonkis. Pero él era un tipo listo y solo tomaba agua de lluvia que recogía mediante una serie de canales, que procedían desde techo del viejo edificio, y llevaban el liquido hasta unos bidones adecuados para su almacenamiento. Bidones que con las lluvias de estos últimos días estaban a rebosar.

—¿Seguro que es aquí? —oyó a través de uno de sus sistemas de defensa que el mismo había tratado de patentar; un tubo largo y hueco que le traía el sonido desde la entrada del lugar, hasta su pequeña buhardilla. Los malditos secuaces del gobierno le robaron la idea y le expulsaron de la oficinas de patentes cuando quiso registrarla.

—Que sí joder, es lo que nos han dicho ¿no? Pues ya está.

«¡otra vez están aquí!» pensó alterado, y pospuso para más tarde la dosis de droga guardándola con premura dentro del cajón de la maltrecha mesita de noche que tenía frente a su cama. Se levantó con rapidez del viejo y maloliente colchón y se acercó a su interfono para oír mejor lo que aquellas voces decían.

La profanación (Paralizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora