Era una euforia suave, como cuando metes los pies al agua helada, un estremecimiento, una alerta, una delicia involuntaria. Lucien era un enigma, sí, como lo era Edward, pero Lucien escondía algo más que secretos.
Lucien olía a tumba recién cerrada, a altar profanado, a pecado vestido de terciopelo negro.
Lucien no quería ser comprendido.
Y mientras más sentía esa necesidad punzante por él, esa pequeña enfermedad hermosa bajo la piel, más sabía Bella que caminaba sobre tierra que no debía tocarse.
Terreno maldito.
Porque Lucien no ofrecía amor, Lucien ofrecía revelaciones y las revelaciones... queman.
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El resto del día se sintió como un eco...
Las clases pasaron envueltas en ese mismo velo húmedo que cubría Forks, como si el tiempo no se moviera en línea recta, sino en círculos. Una y otra vez, Bella se encontraba girando la cabeza solo para descubrir que Lucien aún estaba allí. Quieto, inalterable, como si no respirara, como si no perteneciera del todo a la misma dimensión que los demás.
Algunas veces lo encontraba escribiendo con una letra que no se parecía a ninguna. Otras, con la mirada fija en algún punto que no estaba en el aula. Nunca se reía, nunca hablaba más de lo necesario y sin embargo... su presencia era tan intensa como una luz demasiado fuerte detrás de los párpados cerrados.
Bella no sabía por qué la inquietud crecía con cada día que pasaba, no era miedo, no exactamente. Era una conciencia afilada. Como si sus sentidos estuvieran más despiertos de lo que deberían. Como si su cuerpo supiera algo que su mente aún no entendía.
Fue un comentario suelto, uno cualquiera, lo que la empujó sin querer.
—Me dijeron que estuviste hablando con ese rarito pálido —dijo Mike en el almuerzo, medio en broma, medio celoso hacia Lucien—. ¿Qué tal? ¿Ya te robó el alma...?
Sonaba gracioso, sí. Como una burla disfrazada de ligereza, una provocación sin filo, pero en su voz había algo más: una aspereza torpe, el amargo reflejo de saberse opacado, como si nombrarlo, hacer de su presencia un chiste, lo volviera menos real. Menos visible. Menos él.
Lucien..
Exquisita, la envidia se derramaba por los poros del rubio con la torpeza de quien nunca ha conocido el silencio de una verdadera amenaza.
—No... —murmuró Bella por lo bajo, una sonrisa tensa dibujándose en sus labios, agrietados por el frío. Fingía estar bien, fingía escuchar, fingía no sentir el zumbido sordo que ese nombre le provocaba en la nuca.
Miró cómo Jessica picaba su comida sin hambre, cómo Angela permanecía serena.
Todo se sentía exactamente como siempre, excepto ella.