♱ ⠀⠀ absinthe eyes⠀ ⠀ ֹ ⠀𝗢𝟯ㅤ

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Lucien.

Ese nombre le había llegado como un eco lejano al principio, envuelto en un murmullo que no era pensamiento, no era sonido, no era visión. Porque no podía leerlo. No podía oír lo que pensaba. No había latido, no había lógica, no había alma que desnudara como lo hacía con los demás. Era una presencia intacta. Cerrada. Inaccesible. Y eso le producía una desazón tan poderosa como el más primitivo de los miedos.

No lo comprendía. No comprendía qué era exactamente lo que lo perturbaba. Pero lo sentía, dios, lo sentía.

El modo en que Lucien levantaba la copa entre los dedos, cómo el cristal parecía rendirse a su tacto, cómo la sangre se deslizaba como un poema maldito por su clavícula.

Todo era belleza. Oscura, sí. Perversa, quizás. Pero belleza, al fin. Todo era belleza. Oscura, sí. Perversa, quizás. Pero belleza, al fin. Una belleza que no pedía ser amada y que exigía ser contemplada.

Y Edward... lo hacía.

No sabía por qué. Ni cómo. Sólo sabía que había algo en esa figura que se recortaba contra la luz moribunda del atardecer, en esa silueta que caminaba hacia la oscuridad de las escaleras como si la noche le perteneciera desde siempre.

Era como ver un recuerdo de otro tiempo.
Algo más antiguo que los pecados.
Más perfecto que cualquier confesión.

Y por un segundo, se odió a sí mismo. Se odió por no poder evitar mirar hacia la ventana donde Lucien se había desvanecido, por la forma en que su garganta se tensaba —no por hambre, sino por deseo. Un deseo que no era carnal, pero tampoco era espiritual. Era otra cosa. Algo que no había sentido ni siquiera con ella. Algo innombrable. Algo puro y sucio a la vez.

Edward no sabía por qué seguía mirando hacia la casa cuando ya nadie estaba en la ventana, como si una sombra pudiera mantenerse viva aunque la figura que la proyectó ya hubiera desaparecido. Lo había visto apenas un instante, pero ese instante era ahora una herida abierta en su memoria, como si el tiempo se hubiese extendido solo para contener ese momento. Su nombre, su rostro, su forma de sostener la copa entre los dedos con esa calma que parecía desafiar a la eternidad. Edward no escuchó su voz, no oyó pensamientos. Y sin embargo, algo dentro de él gritaba que había sido visto... y algo aún más profundo, algo más oscuro, gritaba que había sido elegido.

No era deseo lo que sintió. No era odio. No era miedo exactamente, ni siquiera asombro. Era... algo más antiguo. Como si la presencia de ese ser estuviera escrita en un idioma que su alma reconocía pero que su mente no podía traducir.

No dijo nada. No podía.

Bella no estaba allí, y por primera vez desde que llegó a Forks, él no pensó en ella.

Sus pensamientos estaban vacíos, no porque no existieran, sino porque no le pertenecían del todo. Había una niebla en su interior, una niebla espesa que olía a sangre vieja, a decadencia, a algo demasiado hermoso como para no ser peligroso. No escuchó el pensamiento del otro vampiro. Eso era lo peor. Porque todos tenían una voz en su mente. Todos. Menos él. Como si no existiera en el plano donde Edward gobernaba. Como si fuera una ilusión. O peor aún: como si fuera más real que todo lo que Edward jamás hubiese tocado.

—No es como nosotros —dijo Carlisle, con la mirada clavada en la lejanía, la voz suave, cautelosa.

—Ni como los demás —añadió Jasper, como si lo oliera todavía en el aire.

—No tenía sed —dijo Rosalie, en voz baja, y por primera vez sin desdén, sólo con una duda que parecía arañarle los pensamientos—. Pero bebía con un placer... como si el mundo girara sólo para que pudiera hacerlo.

⠀⠀،، ⠀ DESIDERIO ⠀  ──  ⠀⠀⠀⠀⠀EDWARD CULLENWhere stories live. Discover now