♱ ⠀⠀ absinthe eyes⠀ ⠀ ֹ ⠀𝗢𝟯ㅤ

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Olerlo fue suficiente. No era sangre humana. Era sangre de animal. Insípida, pálida, casi triste. ¿Qué criatura renuncia a su naturaleza para parecer aceptable? ¿Qué dios se encadena para gustarles a los hombres?

Un dejo de decepción se curvó en su expresión. No por lo que era Edward... Sino por lo que había elegido no ser. Lucien se permitió una larga pausa. Observó con la misma paciencia con la que un lector saborea la última página de un libro que no desea terminar. Allí estaban los Cullen, ocultos en el borde del bosque, creyéndose sombras en la penumbra. 

Y Isabella Swan, con esa mirada de mortal inconsciente que intenta descifrar misterios antiguos sin saber que está tocando puertas que no puede cerrar. —Qué adorablemente suicida, pensó con sorna. Ella quería jugar con fuego. Y no sólo con fuego. Con dinamita. Con el corazón latente de una bestia que apenas podía contenerse.

—Qué... delirante —susurró Lucien, permitiendo que la palabra se derritiera en su lengua como vino viejo.

Sostuvo entre sus dedos la copa de cristal—como si fuera el cáliz de un altar profano—y observó cómo el líquido carmesí se deslizaba por su interior con la gracia de una bailarina borracha. No necesitaba mirar para saber que lo estaban observando. Lo sabían. Él era la anomalía. El susurro antes del desastre. La belleza que perturba, no que consuela.

El sol comenzaba a desvanecerse tras las colinas, dibujando naranjas pálidos sobre las paredes empapeladas del salón, y Lucien contempló su reflejo en el vidrio como quien mira a un fantasma al que alguna vez amó. 

Salute—dijo con un acento suave, indescifrable.

Bebió. Y una gota descendió por su clavícula hasta perderse en la tela negra que lo vestía como la noche viste a los pecados. La sangre no era humana. Tampoco era suya. Pero sabía a dominio. A eternidad embotellada.

Se alejó de la ventana. El murmullo de su capa acarició la madera con una familiaridad elegante, casi teatral.

—¿Gusta que haga algo con nuestros invitados, mi señor? —preguntó el sirviente con voz apagada, sin atreverse a alzar la mirada.

Lucien se detuvo. Dio media vuelta con la serenidad de un rey aburrido de los súbditos. 

—No... déjalos —respondió, su voz era terciopelo sobre acero. Se volvió hacia las escaleras, subiendo con la misma solemnidad con la que se asciende al cadalso. Pero a mitad del trayecto, se detuvo. 

Sin mirar, habló. Su voz resonó como una profecía escrita con tinta invisible sobre la piel del destino.

—Déjalos mirar a la criatura que reclamará lo que es suyo.

Y entonces, giró apenas el rostro. Sus ojos azul pálido brillaron como cuchillas sumergidas en el hielo. Hermosos. Y aterradores. Como un poema que sangra.










           EDWARD se mantenía a la distancia, de pie entre las sombras del bosque que rodeaba la elegante propiedad. No hablaba, no se movía, apenas respiraba por costumbre, mas sus sentidos estaban encendidos con una intensidad que no recordaba haber sentido jamás. Los otros estaban ahí también: Carlisle, Esme, Jasper... pero todos eran siluetas difusas, tan poco importantes como las hojas mecidas por el viento. Su atención, toda ella, estaba dirigida hacia él.

⠀⠀،، ⠀ DESIDERIO ⠀  ──  ⠀⠀⠀⠀⠀EDWARD CULLENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora