"Little Devil" es una apasionante novela ambientada en el mundo mágico de Hogwarts que narra la inesperada historia de Celia Diggory, una alegre y carismática estudiante de Beauxbatons que decide transferirse a hogwarts, y Mattheo Riddle, un joven d...
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Por el resto del día, Celia me evitó como si no existiera. Como si cada paso que diera cerca de ella fuera una amenaza. Fingí que no me importaba... pero la verdad era otra. Claro que me importaba. Me importaba más de lo que estaba dispuesto a admitir frente a los demás... o incluso frente a mí mismo.
Toqué la puerta de su alcoba más veces de las que puedo contar. Millones, me parecía. Pero nunca salió. Lo único que recibía a cambio era a Susan Bones cerrándome la puerta en la cara con una mirada que hablaba por Celia. "No. No ahora. No más."
También lo intenté en el Gran Comedor. Un intento patético, lo sé. Cada vez que me acercaba, ella se levantaba, recogía sus cosas con una calma calculada y se marchaba. No volvía a la mesa de Slytherin. No me daba ni una mirada.
Se sentaba con los Hufflepuff. Con los amigos de su hermano. Gente que yo sabía que no le caía del todo bien. Pero aún así, ahí estaba. Rodeada de ellos. Evitándome. A propósito.
Y yo me quedaba ahí, en medio del bullicio, con la comida enfrente, el orgullo roto, y una sensación en el pecho que no se parecía a nada... excepto a perderla.
El examen se acercaba. Era uno de los más importantes del año, y lo sabía. Pero más que eso, sabía que ella lo sabía. Celia siempre se tomaba las evaluaciones con una seriedad casi obsesiva. Y si la conocía bien —y la conocía mejor que nadie— sabía exactamente dónde estaría: en la biblioteca, horas antes del examen, rodeada de libros, té, y ese gesto de concentración que solía fascinarme.
No era una gran idea aparecerme allí. Pero la razón nunca tuvo mucha voz cuando se trataba de ella.
Entré en silencio, tratando de no hacer ruido. Y ahí estaba.
Celia, sentada junto a Hermione Granger, rodeada por una torre de libros que parecía a punto de colapsar. Sostenía una taza de té con una mano y pasaba páginas con la otra. Totalmente concentrada. Tan serena que dolía.
Hermione fue la primera en notar mi presencia. Me lanzó una mirada dura, claramente irritada. Luego golpeó su gran libro contra la mesa con un estruendo calculado, como si dijera: No es momento para tus tonterías.
Celia levantó la vista, confundida al principio. Y entonces me vio.
—¿Qué? —preguntó, con el ceño ligeramente fruncido, mirándome de arriba a abajo como si fuera un molesto recuerdo del que no podía deshacerse.
No sabía qué decir. Estaba ahí de pie, sin una excusa válida, con el corazón enredado entre las palabras que no encontraba.
-Tenemos que hablar. A solas —dije con la voz baja pero firme, dando un paso hacia su mesa.
Celia no se molestó en disimular su fastidio. Me miró con ese brillo frío en los ojos que solía reservar para los que la traicionaban.