Capítulo 8: Trato de sangre

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Abi estaba en una isla solitaria. El cielo lila tenía estrellas blancas de claras formas definidas. Estaba descalzo con la ropa con la cual se había ido a dormir y la arena no era arena, sino harina amarillenta que coloreaba las plantas de sus pies, dejando una estela cada vez que se movía sobre ella. No estaba solo, aunque todo sugería que debería estarlo para ir acorde con la metáfora de la persona egoísta.

Alex también estaba ahí, acercándose pasos apresurados desde lo que parecía ser el otro extremo de la isla. Alrededor de sus piernas en movimiento se veían claramente una nube de polvo, pero no lucía como si se estuviera moviendo a una velocidad normal sino más bien como si alguien se hubiera sentado sobre el comando incorrecto del teclado durante la edición de un video y el resultado había sido una extraña ralentización en la que faltaban fotogramas. ¿Cómo reconocer de otra manera el que en un segundo el tulpa se encontrara lejos de él, que en un parpadeo estuviera en la mitad del camino y al siguiente su cuerpo se estrellaba contra él, sus fuertes brazos rodeándole como si hubieran pasado meses desde que lo viera? Abi le acarició la cabeza a falta de una mejor idea de qué hacer mientras miraba alrededor.

Nada había cambiado en el segundo que había dejado de mirar, pero por alguna razón todo le parecía nuevo y extraño constantemente. No recordaba qué se suponía que debía estar haciendo. ¿Debía estar haciendo algo? ¿Qué era? ¿Cómo había llegado a esa isla en primer lugar? Al menos se sentía un poco mejor de estar al lado de Alex. Era lo más cercano a la realidad que tenía y sabía que con él estaría a salvo.

Pero de verdad detestaba la picazón en la parte trasera de su cabeza que le insistía en que algo estaba faltando en la escena y que no podía estarse quieto en un mismo sitio. Ni siquiera podía presentir el porqué de esa idea y eso, además de todo, era molesto. A medida que los minutos pasaban (o las horas, los días o años), se sentía más incómodo dentro de su propia piel y le parecía que el ambiente se estaba congelando. No les costó recorrer la isla muchas más veces de las necesarias, lo que era tan inútil como un vaso vacío llevado a un incendio para aliviar su incomodidad. El cielo sin estrellas, lunas ni nada por el estilo le ponían nervioso, como un techo falso al cual en cualquier momento una persona podría liberar encima de su cabeza.

En el momento en que lo pensó, una grieta se abrió en el horizonte. Al principio le pareció que podría ser simplemente un velero abandonado sin vela deslizándose por las aguas tranquilas, pero unos segundos más tarde esas brazos oscuros se extendieron y alrededor el color se volvía tan oscuro como un ojo golpeando recién al día siguiente. Mientras más parecía aproximarse la grieta una porción de puro negro vacío se extendía por el punto de origen y con él se llevaba también las aguas, igual que si un gigante sediento se las tragara al fondo de una botella.

No tenían ningún sitio al que escapar, y eso debía ser igualmente claro para Alex, pero este todavía se le puso en frente en posición alerta. De pronto la cabeza del rubio se movió como si acabara de escuchar algo y se dio la media vuelta. Para cuando Abi hizo lo mismo, la mano de Ra ya le estaba tironeando.

-Nos vamos, pibe.

Le seguía tironeando con fuerza y Alex les seguía de cerca, esperando la menor señal de preocupación por parte de su dueño para atacar. Pero Abi no se sentía en peligro. Nada de sentía lo bastante real, una sensación que nunca había tenido dentro de ningún otro sueño que recordara, y la comparación más cercana que se le ocurriría si tuviera que explicárselo a alguien más sería la de un videojuego con gráficos impresionantes pero nada más para afectarle.

Cerca de donde estaban un espejo había sido creado de la extraña arena sobre la que estaban. Lucía como una superficie sólida hasta que el brujo hundió el pie en su centro, sin causar ninguna onda y su figura fue tragada, sosteniéndose con fuerza de su muñeca. Mientras se sentía arrastrar Abi tuvo un segundo para captar que el espejo no mostraba ningún reflejo de sus cuerpos antes que su centro de gravedad (¿los sueños tenían gravedad?, se preguntó) cambiara y se supiera caer desde un cielo verde y negro parecido al centro de una tormenta. Caían, pero no había viento ni aire por el que podrían traspasar. La trenza del brujo apenas se balanceaba sobre el hombro de su dueño, sin darle directo en el rostro como debería ser.

TulpaWhere stories live. Discover now