Capítulo 5: Consecuencias

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Adela le estaba confesando su amor a Leith, el ángel caído que había escogido el cuerpo de un chico normal adolescente para poder estar con la chica cuyo espíritu había reencarnado desde el espíritu de la chica por la cual había caído en primer lugar. Durante toda la novela el joven no había tenido claro si era ella era la misma persona con la que había estado soñando o no, ella tenía la impresión segura pero indefinible de que lo conocía de otra parte, y él estaba a punto de acabar su vida porque una vida sin estar al lado de la razón de su existencia terrenal no tenía en verdad ningún sentido.

Era el momento clímax de la historia. Después de tantas confusiones, celos, seguirse mutuamente mientras el otro no se daba cuenta, de dudas y querer conectar con un alma afín que ni siquiera sabían en realidad si era afín o no pero lo sentían tan fuerte, porque el amor era así de impulsivo e inexplicable. Le encantaba cómo la autora sólo asumía que todas las piezas del romance estaban ahí y era culpa del lector si no comprendía la inmediata conexión entre los personajes.

Únicamente personas que hubieran experimentado esas experiencia mágica de sólo ver a alguien y saber todo lo necesario acerca de ella, comprenderían que no hacían falta explicaciones ni más base para un romance apasionado.

Debido a la importancia de semejante momento, al final de la trilogía nada menos, después de haber derrotado a varios demonios del infierno, Julieta no se volvió cuando Romeo entró por la puerta del departamento llevando las bolsas con la comida. La familia del departamento adonde estaban habían tenido dinero guardado más que suficiente, de modo que no había habido ninguna necesidad de armar la misma escena que en la cafetería para poder irse en paz. El departamento era grande y cómodo, tal como debería el hogar de una pareja de recién casados que sólo tenían a un hijo de nueve años para ocuparles las horas. Mucho más bonito de lo que Julieta habría esperado la primera vez que le señaló su ventana a Romeo.

Lo había escogido más que nada porque ocupaban todo el piso junto a otra vivienda vacía, de modo que no enfrentarían los inconvenientes de unos vecinos entrometidos que preguntaran a qué se debían todos los gritos y sonidos de muebles destrozándose, sobre todo a horas tan avanzadas de la noche. Pero por si las dudas Julieta le había pedido que acabara con ellos de noche y lo más silenciosamente posible, sin derramar demasiada sangre o ninguna de preferencia, no sea que luego se les complicara deshacerse de los cuerpos y el olor de sus fluidos quedara flotando en el ambiente durante todo el tiempo que permanecieran ahí. Incluso si sólo iban a ser unos pocos días hasta que encontraran lo que habían venido a buscar, no podían sino vivir en un lugar adonde pudieran respirar todo lo que quisieran sin ningún asco.

Al final sólo necesitaron torcerles los cuellos. En opinión de Julieta, habían sido especialmente misericordiosos porque no se llegaron a enterar de que su pareja ya se había ido antes de irse ellos mismos. Ojala con el niño hubiera sido más sencillo. Se había despertado en medio de la noche para ir al baño. Al salir se encontró con los asesinos de sus padres metiendo el cuerpo de estos en las bolsas de plástico para guardar trajes que encontraron en el armario, colocando cinta adhesiva en los extremos para mantenerlos bien sellados. La criatura se puso histérica y, a pesar de que acababa de descargarse, todavía tuvo la suficiente carga para empapar sus pantalones antes de querer correr a su habitación.

Cuando Romeo forzó su camino hacia el interior el niño tenía un celular en la mano y lo tenía contra su rostro como si fuera un escudo contra lo que fuera quisieran hacerle. Julieta estaba irritada porque ahora tendría que limpiar su desastre y el asqueroso olor de su miedo líquido le llenaba las fosas nasales. Como resultado, Romeo se encontró incapaz de darle un final tan pacífico e indoloro como sus padres antes de él. Por lo menos su cuerpo fue más fácil de guardar dentro de una bolsa de basura.

TulpaWhere stories live. Discover now