Capítulo 3: Un romance particular

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Se llamaban Romeo y Julieta. No eran los nombres con que la familia de Julieta los había llamado antes en su casa, cuando no tenían otra opción que aceptarlo y todavía ni siquiera podían imaginarse las posibilidades resultantes de su unión sagrada. Había costado mucho esfuerzo y muchísima paciencia , desde luego. Esperar a que el viejo de su abuelo se muriera de esa enfermedad con la que venía cargando desde que Julieta era niña y parecía niño para todo el mundo porque mamá se molestaba mucho si la veía probarse sus vestidos.

Esperar a que la energía de Romeo se disolviera y se convirtiera en una mera momia esquelética, la única reliquia familiar que sería capaz de parpadear a quien sea que la viera, de modo que fuera lo bastante hambriento para aceptar el pedazo de papel con el nombre escrito de su nueva dueña. Esperar a que asimilara el cambio de situación y pasara de ser esa bella muchacha negra de la que el abuelo se había enamorado en su juventud en un safari en África al perfecto Romeo cuyos brazos fuertes la sostendrían incluso si el mundo se les iba en contra, en frente de tanto ángeles como demonios y demás criaturas lo bastante idiotas para meterse en su camino.

Esperar a que fuera lo bastante mayor para tomar lecciones de conducir y adquirir su propia licencia, de modo que la policía tuviera algo que ver mientras su precioso Romeo se encargaba de ellos, depositando en su bolsillo de vez en cuando una buena cantidad de billetes. Oh, sí, Julieta había tenido paciencia y, por asociación, Romeo también. Por eso, por todos sus esfuerzos combinados, por todas sus penurias vividas, por todas las horas amargas en soledad, por los días en que Romeo debía ocultarse bajo su cama o dentro de su armario para evitar ser visto por la servidumbre, por todas esas cosas que ella había esperado de la vida y le habían sido negadas una y otra vez, fue que la noche anterior había sido una de las más deliciosas de su joven vida. Excepto, por supuesto, por la noche en la que llevaron a cabo su propia ceremonia secreta de matrimonio no oficial. E incluso por eso había tenido que esperar a poder conseguir en línea su vestido de novia ideal.

Todo había salido mejor de lo que había soñado despierta tantas veces. Romeo había estado reuniendo sus frustraciones y tristezas en su interior para convertirlas en la fuerza necesaria para deshacerse de todos los sirvientes en sólo cuestión de minutos, en silencio para evitar que nadie llamara a la policía, antes de finalmente darle el gusto a su designada amada tomándose su tiempo en eliminar a sus padres. Antes de darles el último golpe, Romeo se había encargado de convertir a papi en una nueva mamá que no le había encerrado en su habitación y a mamá en un nuevo papá que nunca le había golpeado con un cinturón por encontrarle jugando con la muñeca que su más vieja niñera le había regalado, justo antes de ser despedida sin aviso. Julieta les había presumido su nuevo vestido y mostrado las llaves del muy costoso auto que mamá guardaba intacto en el garaje, cuando Romeo ya les había cortado las cuerdas vocales y no podía expresar su indignación ni su dolor. La humillación final.

Se subieron al vehículo y se embarcaron en su nuevo camino cuando la luz solar empezó a darle un nuevo tono a los cuerpos que empezaban a descomponerse en la sala y los pasillos. Había algo extrañamente relajante en el montón de la sangre todavía húmeda reuniéndose debajo de sus formas inmóviles y sus ojos quietos, como si no dejara de sorprenderles que la fuerza del amor salvado de Romeo y Julieta hubiera tenido que apartarlos del camino para dirigirse a un mejor mañana. El momento en el que por fin salieron por ruedas de la mansión lujosa que no la había servido para otra cosa que como una prisión, Julieta por fin sintió que podía respirar en paz por primera vez. Tenía sus volúmenes de romances clásicos y modernos favoritos en su lector digital, podía ser ella finalmente sin que nadie se lo discutiera y, más importante que todo, contaba con su perfecto Romeo para servirla y protegerla durante el resto de su vida.

Julieta miró a su lado el rostro de su amado y pasó los dedos por entre su lacio cabello, originalmente negro pero en recientes tiempos sacando desde las raíces un rubio similar al de Leonardo Dicaprio durante, en la humilde opinión de Julieta, la mejor representación de toda su carrera. El tiempo de Julieta pasado en la mansión le había dado a Romeo la suficiente energía para hacer ciertos cambios significativos en su transformación hacia su ideal soñado. Todavía había ciertos detalles, pequeños e insidiosos que podían hacerla retorcer la nariz, pero por eso se dirigían al lugar al que se dirigían.

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