Capítulo 7: No vayas a dormir

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El caso en verdad sucedía en Córdoba. La pareja con la que había conversado Ra sólo había estado en la misma provincia que ellos para asistir a la boda igualitaria de unos amigos. El viaje en colectivo y la estancia en un hotel con tres camas individuales, una menos utilizada que las otras, fueron pagados directamente desde el bolsillo del brujo pero este le calmó diciéndole que ya recuperarían todo al final del trabajo.

La historia era simple y conocida: había bastado un solo cambio en la vida diaria de la pareja para se vieran sumergidos en un mundo completamente distinto contra el cual no sabían de qué manera defenderse. Abi pensó que podía simpatizar con eso. Desde que aquella perturbación en sus aguas cotidianas se diera, sus noches de sueño se habían visto salpicadas de pesadillas que a veces parecían incluso seguirlo durante sus horas de vigía. Los primeros días, según le fueron contando a Ra a medida que arreglaban el asunto, pensaron que sólo era estrés por el trabajo y asuntos familiares, con uno de sus padres encerrado en el hospital por una mala condición del corazón. Parecía una explicación perfectamente válida y estuvieron contentos por ella por un tiempo, hasta que esta dejó de ser suficiente y el insomnio comenzó a afectarles de manera perceptible en su día a día. Se daban cuenta de que no podían seguir de ese modo, ¿pero qué más podían hacer?

No se daban cuenta de lo afortunados que habían sido entonces hasta el día en que, cuando por fin consiguieron una noche de sueño completo, amanecían con diferentes marcas por todo su cuerpo. Desde rasguños, moretones hasta un hombro dislocado, no recordaban qué habían soñado y sólo podían ver los resultados. Mencionaron que si hubiera sido uno de ellos a lo mejor habrían creído que uno se había vuelto histérico en estado sonámbulo y atacado al otro sin saberlo, ¿pero los dos? ¿Y cada noche sin que se despertaran? Uno de ellos le acabó reconociendo al brujo que tenía terror a conducir en cualquier dirección por si se quedaba dormido encima del volante, lo que era no poco inconveniente considerando que uno de sus trabajos aparte mientras estudiaba su carrera incluía precisamente realizar entregas. Así, continuar en las mismas era algo que con el paso de los días menos podían permitirse. Ellos solos no tenían idea de qué hacer.

Lo único que sabían que sus días habían empeorado desde el momento en que se trajeron de los padres ya fallecidos de uno de ellos una caja con diferentes pertenencias, esperando encontrar algo que valiera la pena conservar o vender en línea. Entre ellas había una caja de madera con una agarradera de cuerda a un costado para llevarla como un bolso. Adentro un muñeco de ventrílocuo que uno de ellos recordaba era el pasatiempo cuando adolescente de su madre. Llegó a ser el entretenimiento de más de un par de niños durante sus fiestas de cumpleaños, pero luego de un tiempo había llegado el matrimonio, hijos y el mismo había ocupado su justo lugar entre el valle de los recuerdos que sólo las personas ajenas acababan desenterrando.

Los dos lo habían visto nada más en fotografías y alguna grabación de un evento familiar, coloreado en tonos de blanco y negro primero y luego en sepia hasta que en el regazo materno ocupó en cambio el bulto de una criatura que requería más atención. Fanáticos del género del horror como ellos eran, les parecieron fascinantes los grandes ojos marrones de cristal que sólo parpadeaban bajo orden, la cabeza de madera barnizada demasiado pequeña y los labios ligeramente rojos abriéndose para revelar un rectángulo oscuro sin dientes. Se les hizo en cierta forma adorable, con su pequeño traje marinero azul y pantalones a rayas grises. Su anterior dueña debía haber seguido su mantenimiento incluso si ya no lo sacaba tan seguido como antes, porque cuando llegó a sus manos la ropa sólo tenía un descocido y tenía todos los pelos de su cabeza en su lugar, manteniendo todavía ese pequeño rizo sobre la frente.

No tenían idea de ventriloquismo. Se dijeron que luego buscarían tutoriales o algo así, luego, cuando tuvieran tiempo. Mandaron hacer en la carpintería de una amiga una pequeña silla para tenerlo sentado en la sala, debajo de la ventana y cerca de un florero alto para que pareciera más un pequeño aventurero reflexionando sobre su último viaje en el mar. Lo llamaron Pepe, tal como aparecía grabado en la caja.

TulpaWhere stories live. Discover now