Capítulo 2: Esclavo

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Mientras seguía dormido, el ambiente afuera comenzó a calentarse. Parte de la locura del clima ahí que algunos atribuían al calentamiento y otros a la sencilla mala fortuna. Como su departamento apuntaba hacia la dirección del sol y las ventanas eran relativamente grandes, pronto también comenzó a elevarse la temperatura en el interior. Abi era de esos dormilones que podían moverse mucho entre sueños, razón por la que nunca había podido compartir cama en paz cuando se quedaba a dormir en la casa de un amigo cuando tenía menos años.

Abrir los ojos para encontrarse libre de sus sábanas y mirando hacia el techo no le representó ninguna sorpresa significativa. El ponerse las manos en los manos era una forma como otra de amanecer. Lo que sí le extrañaba era la demasiado agradable sensación que había sentido incluso antes del despertar y se concentraba específicamente en su entrepierna. Se sentía disolverse y caer por una catarata, subiendo y bajando a un ritmo placentero.

Incluso si oía el sonido de lametones y chupetones, los primeros segundos asumió que debían ser los retazos de un sueño muy bonito cuyos detalles ya se habían esfumado hacia tiempo. Entonces tuvo un apretón entre sus testículos tensos y se corrió permaneciendo en un estado entre la consciencia e inconsciencia, agradablemente pesado y perezoso. Tras unos segundos interminables de paraíso post-orgásmico, Abi cayó en cuenta de lo que pasaba, o más bien, de lo que acababa de pasar.

El chico que había encontrado emparedado en su nuevo departamento no sólo había sido real, no sólo estaba claro que tenía un hoyo que abarcaba toda un lado de su habitación, si no que el chico le había bajado el pantalón para hacer gimnasia que llevaba para encargarse de lo que sólo podía ser una erección de la mañana. Cuando agachó la cabeza para ver debajo de su cintura ya sólo quedaba su carne fláccida inclinada a un lado y el muchacho rubio lamiéndose los labios rosados como para eliminar hasta el último rastro del resultado de sus esfuerzos.

La verdad le golpeó como un manotazo en la nuca y su primera sensación reconocible fue de un pánico confuso.

-¿Pero qué carajo haces? –reclamó, incapaz de juntar las bastantes neuronas para moverse o apartarlo.

-Asistencia –dijo el chico con sencillez. Luego de lo cual procedió a subirle suavemente la ropa interior para cubrirle de nuevo, pero se encontró con un manotazo cuando intentó hacer lo mismo con sus pantalones. El chico lo miró confundido mientras se alejaba, ahora sí, a consciencia-. ¿No?

-¡No! –dijo Abi irguiéndose-. Obvio que no. No puedes ir haciéndole eso a un tipo cualquiera mientras duerme.

El chico señaló su entrepierna y dirigió su dedo hacia arriba. El mensaje resultó tan obvio que Abi se sintió más confundido por su actitud.

-Eso no te da derecho a hacer algo así –replicó-. ¿Es que si ves a cualquier con la pija levantada también se las vas a chupar, así sea en la calle?

El muchacho hizo un gesto de no darle importancia a semejantes circunstancias. Le volvió a apuntar con el dedo.

-Órdenes –dijo, como si eso se suponía que eso debía aclararle algo de la situación, lo cual por supuesto no consiguió.

-¿Cómo es eso? –preguntó Abi, frunciendo el ceño-. ¿Se la chuparías a un tipo en la calle si se lo ordena?

El rubio negó energéticamente esbozando una expresión de repugnancia.

-Abi –dijo en un tono que sugería que le había discutido la validez de esa palabra.

El susodicho elevó una ceja con patente escepticismo.

-¿Si yo te lo ordeno? -quiso asegurarse.

El rubio asintió con la cabeza con una cara de que le parecía que eso ya era obvio. Abi abrió la boca para decir que estaba loco si de verdad pensaba hacer algo así cuando recordó de dónde lo había conocido y que una persona que había experimentado algo así no se le podía acusar por estar algo tocado de la cabeza. Lo realmente responsable por hacer debería ser llevarlo a la policía y dejar que ellos se encargaran de darle la ayuda que necesitaba. Así él mismo no tendría que pensar en cómo era que no seguía luciendo como un cadáver después de haber comido un miserable pedazo de papel.

TulpaWhere stories live. Discover now