Capítulo Treinta y tres: Acontecimientos.

Start from the beginning
                                    

 

   —No es lo que piensas… —murmuró y apenas lo escuché, pero lo hice y, antes de poder contestarle algo, me dormí.

 

Fin del flash back

 

Después de eso, no lo vi más. Lo ignoré en la empresa, en casa si llegaba a venir… No quería saber nada de él, ni loco. Ya estaba harto de tanto falso y tantas mentiras. Es más, ahora que no odio a mi madre me siento mejor. Es como si algo dentro de mí estuviera cambiando. Y me gustaba, todavía no confiaba en mi madre puesto que han sido muchos años de ignorancia, pero poco a poco veo que se molesta conmigo, que se preocupa por mí. Aunque eso no quita que nunca lo hubiera hecho antes. Aun así, me conformaba por ahora.

Bajando las escaleras, me encuentro con Sarita, quien lleva un montón de ropa sucia en un cesto azul. Se ve pesado pues parece que en cualquier momento ella se caerá. Cuando paso junto a ella, ésta se queda mirándome como una boba. Me llevo la mano a la cara y suspiro. Desde que todos sabían quién era realmente, me miraban con admiración y respeto. Se acabó el mirarme con lástima y los odié aun más por fiarse de las apariencias.  

   —¿Por qué no le pides ayuda a alguien? —inquirí con dureza. No estaba de ánimo ahora, pero no podía dejarla que subiera eso por las escaleras ella sola. Sarita me mira tan ilusionada y avergonzada que creo que se desmayará. En lugar de eso, me sonríe y responde con falsa modestia.

   —Oh, no señor. Yo soy fuerte, puedo con esto. —intenta dar un paso pero se le cae todo de las manos. Se asombra y luego me mira encogiéndose de hombros —.Bueno, quizá sea un poco pesado, pero no se preocupe. Yo me las arreglaré, usted no puede ensuciarse las manos con esto…

Antes de que dijera nada más, le cogí el cesto y lo subí hasta arriba rápidamente. Ella me seguía refunfuñando. Una vez que estuve arriba, le tendí el cesto y proseguí con mi camino.

   —Sigo siendo el mismo hombre. Aprende a ver más allá de las apariencias. —le dije con cabreo. Ella parpadeó un par de veces.

   —Muchas gracias, y lo siento. —musitó y se fue corriendo por el pasillo. Sonreí de medio lado. A ver si aprecian a las personas por su interior y no por su físico. Aunque, ¿quién era yo para decir aquello?

Me iba a internar al comedor cuando el mayordomo se acerca y me pregunta que si se me ofrece algo.

   —Si, dile a Rosa que me prepare la cena. Algo abundante, si es posible. —ordeno y él se agacha servicial.

   —Por supuesto.

Se retiró y me quedé mirando su pequeña espalda jorobada. Esas semanas no me había quedado de brazos cruzados, no. Había hecho mis averiguaciones con respecto a los posibles espías de Elisa, y ese hombrecillo estaba en mi lista de sospechosos. Carmelo había entrado en la casa después de que Andrés muriera. Mi madre confió en él desde el principio, claro, como nunca estaba en casa… Normal que no se fijara en que esos ojos ávidos recorrían cada milímetro de la casa, y de los habitantes. Además, no me daba buena espina. He tratado de seguirlo, pero como he estado ocupado con los exámenes y con mi trabajo, no he podido averiguar mucho. Pero el caso es que no me trasmite buenas sensaciones.

Conviviendo con la Mentira © [Borrador]Where stories live. Discover now