• Capítulo 12 • 100 % Extraordinario •

282 23 5
                                    

• JIMIN •

Estaba atónito, no podía creer lo que estaba escuchando. Katy confiaba en mi, en un monstruo, pero lo peor era la razón por la que lo hacía. Tenía tantas ganas de buscar a Charlie y reorganizar las partes de su cuerpo, el infeliz había llevado a Kat a una vida de soledad, miedo, de huidas y escapadas. ¡Joder! ¿Podía llamarse vida siquiera? No pude contener las lágrimas, ha sufrido demasiado, ha llorado tanto, tal vez más que yo. Está tan desesperada por aliviar la tortura interior que acepta confiar en mi, en una maldita abominación. ¡Me dió las llaves de su casa! A mí que no soy más que un puto engendro. Yo no merezco siquiera su respeto ¿Y me regala su confianza? Soy el mismísimo demonio, pero con sentimientos, sentimientos que compartía con ella, que ambos conocíamos. Yo los conocía a la perfección, y verla a ella pasar por todo eso, estaba partiendo mi alma en dos. Cuando aún me econtraba en la cueva, oí su voz por primera vez, mi corazón latió tan fuerte que creí que era un terremoto, estube muerto en vida durante casi once años y ella me revivió con sólo un sonido. Me devolvió la vida y yo quería hacer lo mismo por ella, no he descubierto la causa de mi liberación pero no iba a ser en vano, soy un asesino y debo pagar por mis actos pero antes voy a llevar a cabo la única buena acción de toda mi vida, voy a salvar la vida de ella. ¿Escuché bien? ¿Me pidió que no la decepcione? ¿Era posible tener tantas cosas en común? La decepción fue la tercera sensación que tuve que afrontar después de la traición. Mi instinto corría a mil por hora en ese preciso instante, no tuve la fuerza para frenarlo, no quise frenarlo. Tomé sus suaves mejillas entre mis manos y la besé. Era el segundo beso de toda mi corta historia, el segundo momento más perfecto de toda mi historia. Perfecto es poco, yo soy Lucifer y besarla a ella es como besar al mismísimo Cristo. Es sublime. Es, sonreí ante la idea del ángel y el demonio.
—No voy a decepcionarte, nunca. —Se mordió el labio en medio de una sonrisa y descubrí que a ciertas partes de mi cuerpo les gustaba eso, y a mi también—. Vamos, tenemos mucho por caminar. —La tomé de la mano y utilicé mi llave para cerrar la puerta. La guié por el camino en silencio, no eran necesarias las palabras, me limité a dirigirla de la mano y ella confió en mi. Me sentía feliz, después de once años ella me devolvía lo que los Herondale me robaron. Katy se veía bien, no parecía estar incómoda o triste, de vez en cuando me sonreía y yo se la devolvía.
—Hoy te ves alegre. —La miré, sus ojos grises se veían más verdes a la luz del sol.
—Lo estoy —contesté.
—No pasa muy seguido ¿Verdad?
—No como me gustaría, deja que te ayude. —Salté desde una cortada en el terreno un poco alta y me preparé para resivirla, envolví mis brazos en su cintura y al bajar cada parte de su cuerpo rozó cada rincón del mío. Mis sentidos se intensificaron, podía sentir sus brazos alrededor de mi cuello, sus muslos y abdomen apretándose con los míos, y lo mejor de todo —apreté los dientes— su parte más baja rozando la mía. Al tiempo que comprimia su cintura con uno de mis brazos apoyé la otra mano contra la roca, miré su hermoso rostro enrojecido y tragué saliva. ¿Cómo podía existir un ser tan divino? O ¿Cómo podía siquiera mantener bajo control mi naturaleza en un momento como este? Mis ojos se posaron en sus labios entreabiertos, su errática respiración mezclándose con la mía, apoyé mi frente en la suya y cerré mis ojos. Me estaba costando demasiado contener mis impulsos, esto era peligroso para ella, debía alejarme pero no tenía las fuerzas necesarias para hacerlo. La besé, su exquisito sabor me traía loco, su dulzura, su aroma. Profundice el beso pero mi parte racional salió adelante, ella saldría lastimada, me detuve. Lo hice más tierno y calmado por un leve momento y lo terminé. Con una última inhalación profunda abrí los ojos para encontrar los suyos mirándome fijamente.

• KATY •

Debía ver a un médico, mi corazón latía demasiado rápido y mis pulmones luchaban por ser aún más veloces.
Esto estaba mal. ¿Por qué razón permitía yo todo esto? Cada vez que un chico se interesaba en mi, al poco tiempo se daba por vencido por no obtener ni una caricia de mi parte. Charlie arruinó mi vida en todos los sentidos, cada noche es un constante revivir de recuerdos, ese día se grabó en mi mente como una marca de fuego. La mirada de impotencia de mi madre, las risas de sus amigos, sus manos sobre mi cuerpo, su boca en la mía. Desde entonces la sola idea de un beso me causaba repulsión, tan sólo una caricia me llenaba de pánico, hasta el mismísimo Zac, el Brad Pitt de Idaho Springs, recibió una bofetada por intentar besarme. ¿Y ahora me dejaba besar por un extraño? Y lo peor es que me gustó, pienso todo el tiempo en volver a hacerlo, y su mano en mi cintura justo ahora, su frente contra la mía, su agitado y caliente aliento chocando contra mi rostro.
—Este fue un muy buen primer beso. —Sus palabras me sacaron de mi ensoñación, reí.
—Ya me imaginaba que algo mal debías tener, tanta perfección no podía ser real. —Soltó una sonrisa, y fue una auténtica.
—¿Creías que era perfecto? —Reí, otra vez.
—Si. No. —Suspiré—. Si, hasta que descubrí tu falta de memoria.
—¿Falta de memoria?
—Es el tercer beso, no el primero.
—Fue el primero, real. —Me desorientó. ¿Real? ¿Estaba diciendo que los otros no lo fueron? —No me mal interpretes, los anteriores fueron exquisitos. Pero...  tu estabas triste y yo me comporte como un imbécil por aprovechar esa situación. Pero ahora, este beso, está libre de culpas, libre de dolor y es el primer beso más perfecto que he dado en toda mi corta vida. — Mis piernas se doblaron, estaba equivocada, si era perfecto, y que siguiera sujetando mi cintura con tanta determinación me cortaba la respiración, aflojó su agarre—. Vamos, estamos cerca.
Mi mandíbula inferior golpeó el piso, frente a mi había una imponente cascada en medio de dos montañas,  perdida en medio de una masa de árboles y yo aquí, sola, con un chico que podría desmayarme de un golpe, violarme, matarme, y era una locura pero me sentía completamente segura. Enlazó bien la mochila en sus hombros, retrocedió unos metros, tomó carrera y trepó una gran roca de unos dos metros de altura, dejó caer la mochica y se agachó con la mano extendida, sólo un tirón y yo ya estaba arriba con él.
Comimos ahí arriba, con el hermoso paisaje de fondo.
—¿Te gusta? —preguntó mirando la cascada.
—Es hermosa ¿Cómo la has encontrado?
—Explorando —se encogió de hombros.
—¿Nadie sabe de su existencia?
—No lo creo.
—¿O sea que podrías matarme y nunca nadie lo descubriría?
—Sí, podría, pero no sería sabio.
—¿Sabio?
—¿Qué tan sabio crees que sería matarte y luego no poder verte?
—¿Y es que quieres seguir viéndome?  —reí.
—Por nada me perdería la oportunidad de seguir apreciando tu hermosura. —Me penetró con su mirada y me sonrojé—. Me gusta ese color rojizo de tus mejillas.
—Y a mi el de tu cabello —susurré para mi misma.
—Gracias, deberíamos buscar la manera de que tu sonrojo sea permanente y estaríamos a juego. La pareja perfecta ¿No crees?
—Bien, y yo debería aprender a susurrar. —Murmuré nuevamente. Mi cara debía ser un poema porque algo brilló en sus ojos.
—No eres tu, soy yo.
—La típica excusa —rió.
—Tienes un punto allí, pero no. — Mordió un bocado de su sándwich—. Tengo los sentidos más desarrollados que las personas normales.
—¿Y eso que significa?
—Digamos que en una escala del uno al cien, alguien normal tendría sus sentidos desarrollados a un 40%, yo los tengo al 100%. —Mi mandíbula golpeó el piso al caer.
—¿Hablas en serio?
—Sip. —Mordió otro bocado—. Tacto, gusto, olfato y oído, al 100 %, la vista aún no lo he comprobado.
—Imposible. Digo, compruébalo. —Me regaló una sonrisa torcida y algo en mi interior se contrajo.
—¿Has terminado? —señaló la comida.
Sacudí mis manos. —Listo.
—Ven aquí. —Me ayudó a bajar de la roca y luego se paró a mi lado con una mano en mi hombro. —Tu serás mi guía, yo iré con los ojos cerrados.
—¿No harás trampa?
—Lo juro por el rio Estigio.
—Una gran prueba de veracidad, si los seres mitológicos existieran. —Soltó una melodiosa carcajada.
—De acuerdo. —Sacó de la mochila el mantel que habíamos utilizado hacía un momento y rajó de el una tira. Lo ató sobre sus ojos y sonrió. Así, con la mitad del rostro cubierto, los carnosos labios resaltaban a la perfección—. Vamos, sólo camina.
Quisiera decir que disfruté del paisaje, pero no, su boca entreabierta me tenía hipnotizada. —Hay menta por aquí cerca ¿La ves?
—¿Eh? —Miré en todas direcciones e incluso olfatee el aire—. No hay nada, dije finalmente.
—Sigue caminando. —Avanzamos unos cincuenta metros hasta que apretó su agarre en mi hombro—. Aquí, detente. —Me dejó allí y caminó elegantemente a ciegas hacia uno de los lados. Regresó con unas hojas verdes entre los dedos—. Menta.
—Imposible. —Realmente era imposible— ¿Y ahora que sigue?
—Pues, hace un momento utilicé mi olfato. ¿Con qué quieres seguir?
—Uhmm, el tacto.
—Bien, busca alrededor varios objetos diferentes y vuelve aquí. —Demoré unos minutos en encontrar todo, regresé y me senté frente a él imitando su pose de indio—. Yo dejaré mi mano abierta, tu coloca los objetos en ella o simplemente rozame con ellos.
Uno por uno fui pasando las diferentes cosas por su manos, no necesitaba siquiera cerrar su mano para saber que eran.
—Roca. Una rama. La semilla de algún árbol. Una pluma —sonrió—. Un caracol. Una flor. —La tomó delicadamente y la tendió hacia mi—. Para ti.
—Que linda, gracias. ¿Continuamos?  ¿Qué tan bien funcionará tu oído?
—Perfecto, no hagas ruidos. —Hubo un leve silencio hasta que habló—. Hay un pez en el agua.
—Imposible, yo no he sentido nada más que el viento. —Se puso de pie y lo seguí, se detuvo a la orilla del arroyo y señaló justo detrás de una piedra.
—Increíble. ¿Cómo has podido escuchar eso?
—De la misma manera que oigo en este momento el águila sobre nosotros. —Miré hacia arriba, no veía absolutamente nada, sólo una masa espesa de árboles—. No lo oyes y tampoco lo ves. ¿Cierto?
—Nop. —Rió, recogió una piedra del suelo y con una velocidad y fuerza asombrosa, lanzó la roca en dirección al cielo. Sorprendentemente un águila dejó la rama donde estaba posada y se alejó volando. Jimin se quitó la venda y sonrió orgulloso.
—Eres... eres... —no encontraba las palabras adecuadas para él— extraordinario, si, esa es la palabra.
—Te lo dije.
—Y egocéntrico. —Soltó una carcajada.
—Tal vez, vamos —cruzó un brazo sobre mis hombros— regresemos a casa.

La Maldición de Ladón. Where stories live. Discover now