Capítulo Treinta y uno: Sentimientos confusos, ¿por qué ahora?

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   —¡No! ¿Pero en qué piensas amiga? —ella gimoteó.

   —Venga, es que ya se lo he dicho… No hace falta que lo recojas a él también. Vive cerca de la cafetería. Además, ¿qué más da que venga?

 

   —¡Pues que nos vais a dejar de lado a Rubén y a mí! —protesto. Ella ríe por lo bajo.

   —Uy, pues ni lo había pensado…

 

Me cuelga y me quedo mirando el móvil varios minutos antes de reaccionar. ¿¿Qué demonios?? ¡¡Mi paseo con Sandra se ha convertido en una cita doble!! Sé que ella quiere que Rubén y yo intimemos, ¡la conozco demasiado para darme cuenta! Jo, ¿qué hago ahora?

*~*~*~*~*

 

Quince minutos después estoy esperando en la puerta de Sandra que bajen. Me ha abierto el padre de mi amiga con cara de pocos amigos. Trato de ser lo más formal que puedo — aunque me conozcan de toda la vida— mientras me distraigo con el paisaje. Era casi de noche, y la gente se apuraba para ir a sus casas. Y yo, de un ánimo por los suelos, voy y salgo. ¿Qué cabeza tengo? Obviamente, cuando me enteré de que iba a traer a Rubén y a Rafa, se me quitaron todas las ganas de salir. Pero ya no podía hacer nada. Y lo que más coraje me daba era que me había arreglado más de lo usual porque sabía que iba a ver a Rubén. Mi corazón aun lo recuerda y, aunque no sea igual de intenso que con Daniel, todavía me martillea con fuerza cuando lo veo. Soy estúpidamente débil, lo sé. Pero es que la amistad que tuvimos los dos no puede olvidarse, y menos si él es tan cariñoso y atento conmigo…

Aun me acuerdo cuando Rubén fue a su primer partido oficial, ese día ninguno dormimos por su culpa, aunque me lo pasé bomba con Sandra y él. Hacía ya casi tres años de eso… Qué recuerdos.

Alguien me saca de mi ensoñación, era Sandra, quien me sonreía como una boba. La abracé y luego le di dos besos a Rubén sin siquiera mirarlo dos veces. Lo mejor es que mantenga las distancias…

   —Bueno, ¿subimos? —ofrecí.

La limusina estaba aparcada enfrente de la casa, el chófer nos abrió la puerta y primero entraron Sandra, seguida de Rubén y, por último, yo. Mira que no quería sentarme al lado de mi amigo, pero no podía hacer nada. Durante todo el trayecto —que no fueron más de cinco minutos —, noté que Rubén me miraba más de una vez. Yo no quería, pero también me fijé en él.

Llevaba unos vaqueros negros y unas converse azules marinas con los cordones blancos. Una cazadora y unos guantes azules, como las zapatillas. Además, traía una bufanda que le tapaba media cara. Su pelo desordenado pero bonito, de color dorado, y esos ojos azules claros siempre me habían vuelto loca. Si a eso le añadimos que es simpático, buena persona y un jugador de fútbol de primera división, obtenemos al chico ideal. De veras, había estado coladita por él desde que nos conocimos, y Sandra a menudo se burlaba por ello. Claro esta, siempre me vio como a una amiga… Y encima 5 años y cuatro meses menor que él… No hubiera tenido posibilidades con él nunca. Pero bueno, aquí estamos, en una limusina que no es mía junto con mis dos mejores amigos de la infancia… ¿Quién lo diría? Un mes atrás era pobre, y ahora… Dejé de pensar cuando llegamos al lugar de reunión y el chófer bajó para abrirnos la puerta.

Conviviendo con la Mentira © [Borrador]Where stories live. Discover now