Prefacio.

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Toque la puerta desesperada, sabía que Robín estaba allí, pero no sabía que cosas podría haberle hecho esa maldita loca.

—¡Raquel, abre!

Sin obtener respuesta alguna y ante el aumento de adrenalina, pateé la puerta muchas veces seguidas hasta que logré forzar la cerradura. Al entrar, a pesar de mis lágrimas, logre distinguir a una persona de no tan alta estatura, portando un vestido de seda con algo de polvo, algunos rastros de sangre en su cara y el cabello enmarañado. Era ella, Raquel.

—¡¿Dónde está Robín, maldita enferma?! —Le grité.

Ella solo esbozó una sonrisa, una con la que logró enfurecerme más.

—Has llegado tarde.

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