Capítulo 11.1: Genesis

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1095 d.c.

Gresly, Nalinn.

Quinn Tiskani, hijo del segundo príncipe de Nalinn.

Le gustaba viajar, visitar la ciudad capital de su nación, el hogar de sus tíos. A pesar de los comentarios que solía escuchar a cerca de lo insegura que era y lo despiadados y miserables que resultaban ser sus habitantes, no tenía miedo y disfrutaba de ayudarlos en lo que podía, tal y como su padre le enseñaba.

Su padre, conocido por su benevolencia y su carisma, un gran esposo y amoroso con su hijo único.

No tuvo ganas de mirar por las amplias ventanas de su carruaje, ni de señalar los árboles con formas peculiares, o a una que otra ardilla que se movía entre las ramas con rapidez y agilidad. No tenía sentido ahora que sus padres no lo acompañaban. Ahora que no escucharía sus risas ni recibiría caricias de sus manos.

Se limitó a dejarse caer en el mullido asiento y suspirar. Los ojos le ardían y su pecho se encontraba apretado. Se quedó dormido sin darse cuenta, vencido por el cansancio y el dolor de cabeza provocado por el llanto.

Había pasado un tiempo indefinido cuando sintió una mano palpando su hombro con delicadeza, seguida por una voz conocida.

—Mi señor —Le llamó Dalomon. Era la primera vez que le dirigía la palabra en horas—. Hemos llegado, despierte.

Quinn se incorporó, todavía desconcertado y con los rizos alborotados.

—¿Tan pronto?

—Ha dormido por bastante tiempo, mi joven señor. Este maestro cree que es natural que perdiera la noción.

Una multitud clamaba en las afueras de la fortaleza, dificultando su acceso y lastimando sus oídos con sus lamentos. Lloraban la muerte de sus príncipes, de según sus palabras, la esperanza de Nalinn.

Le tocaban la ventana y su maestro se encargó de protegerlo con su cuerpo para que no pudieran tocarlo si intentaban meterse por la fuerza. Su guardia personal se encargó de dispersarlos hasta que lograron avanzar y entraron por las enormes puertas que se cerraron a cal y canto.

El corazón de Quinn se hundió mientras avanzaban y se adentraban en la fortaleza. Lucía tan lujosa como de costumbre, salvo por las sedas de color blanco que adornaban las columnas y los arcos. Las paredes recubiertas con oro llevaban la marca funesta de ese color que significaba luto para los nalinnos.

Dalomon caminó a su lado y lo acompañó a presentar sus respetos a los reyes, sus tíos. Estaban también ataviados de blanco, con los labios pálidos y con ojeras bajo sus ojos.

Iskionn asintió a su saludo y luego lo llamó para que se acercara más.

—Ven aquí, pequeño —le dijo y una vez lo tuvo enfrente lo tomó entre sus brazos y lo estrechó con fuerza. Su cuerpo robusto y cálido, el gesto que denotaba el deseo de reconfortarlo.

Quinn sintió que algo dentro de él se rompía y se juntaba al mismo tiempo. Se aferró al cuerpo de su tío y lloró sin parar, hasta que le faltó el aire y los temblores lo invadieron.

—Mi niño, estamos contigo —le dijo la reina con dulzura.

En cuanto levantó la cabeza le hizo un gesto para que acudiera a ella también. Al abrazarlo le invitó a que reposara su cabeza sobre su pecho y lo meció con calma como si fuera un recién nacido. Su tía Tariza siempre había sido amable y cariñosa con él, destilaba un afecto maternal que hizo que la añoranza en su alma se incrementara.

—¿Dónde están? —Preguntó con voz nasal.

Notó como su tío se tensaba. Como su apuesto rostro semejante al de su padre se descomponía ligeramente. Imaginó que era muy doloroso. No sabía cómo era perder a un hermano, pero intuyó que debía sentirse terrible.

Flores y estrellasWhere stories live. Discover now