Capítulo 7: Flores mágicas

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Gresly, Nalinn.

Fargo Surem.

Entre más pensaba y le daba vueltas a su complicada situación con Isdenn y Lia, más se confundía.

Se esforzaba por recordar cada palabra pronunciada y cada acción realizada frente al heredero aukano, pues según ellas, era él la causa de sus tratos anteriores.

«¿Qué es lo que hice mal?».

Se preguntaba si tal vez durante su segundo encuentro se había comportado de forma demasiado desvergonzada. Aunque en su corazón sabía que las circunstancias fueron las que la llevaron a refugiarse en sus brazos. Aquellos tipos realmente la asustaron hasta la médula. No conocía mucho del mundo fuera de su fortaleza, pero pudo sentir el peligro. Su cuerpo reaccionó y de repente se transformó en una especie de presa siendo acechada, buscando conforte de alguien más fuerte y apariencia confiable.

¿Quién diría que eso le causaría tantos problemas?

Sin embargo, a pesar de todo, no creía que eso justificara los ataques posteriores, ¿o tal vez sí? No estaba segura, siendo consciente de su juventud e inexperiencia en tantos asuntos y de las desventajas que ello le traía al estar en un sitio desconocido y con personas que podían llegar a ser crueles como para no tenerle misericordia.

Li Ikal no parecía ser un mal tipo y mentiría si dijera que no le agradaba, pero ahora tenía claro que debía mantenerse alejada de él tanto como le fuera posible.

La estancia en Gresly se volvió cada vez más pesada para ella. Constantemente tenía que mirar hacia atrás, con el temor de quedarse sola y de ser alcanzada por esas princesas.

Solo permanecerían un mes y medio en cada nación, eso era bueno. Lo malo era que le estaba pareciendo una eternidad.

«Gracias a los dioses queda una semana para partir a Kistam». Pensó.

Poco quedaba del entusiasmo y las expectativas que la envolvieron desde el momento en que su amado padre anunció que asistirían al evento más importante del continente, pero mantenía la esperanza de que las cosas podrían ir mejor.

Los nervios la consumían y la torturaban, pero no mostró vacilación en sus pasos. Contra viento de fuego y cenizas, salió de su villa con la mejor actitud posible. Acompañada por sus hermanos se sentía feliz y protegida, eso le hacía todo más llevadero.

Entre charlas se dirigieron a la arena dorada. Se celebrarían los últimos espectáculos y cada participante estaba obligado a asistir.

La mano de Farnese apretaba la suya con firmeza, como si sostuviera a un objeto preciado que no deseaba perder. Tanto él como Farid y Faritzae habían notado ciertos comportamientos inapropiados y sospechosos de parte de las princesas, pero optó por no revelarles lo que estaba sucediendo. No quería preocuparlos. Se vio obligada a justificar sus acciones con la diferencia entre culturas. No deseaba hacerlo, pero no estaba dispuesta a provocar disputas entre las naciones y que en consecuencia su casa se viera afectada.

Prefería mantener la armonía y evitar los conflictos internos a toda costa, aunque eso significara cargar con el miedo sin contar con la ayuda de nadie.

La matanza de demeteos era otra de las cosas que empañaba su experiencia en aquella hermosa fortaleza. Contrastaba enormemente con la vida en Danae, donde todos los seres convivían en paz y la matanza, ya fuera por caza o por el deseo de infligir daño a otro ser vivo, era considerada uno de los mayores pecados. En su hogar, la carne animal no era consumida, era vista como algo sagrado.

Su pecho se apretó con un dolor insoportable al divisar los canales donde estaban alineadas las jaulas de demeteos. Sabía que esos majestuosos seres serían los siguientes en ser sacrificados en medio de la brutalidad del espectáculo. Siendo incapaz de soportar la idea de su sufrimiento, Fargo se soltó de la mano de su hermano dando una excusa  y unos minutos después se apartó discretamente del pequeño grupo y de su guardia, aprovechando un momento de distracción.

Flores y estrellasWhere stories live. Discover now