Capítulo 10: Las flores de Airzonte

114 17 135
                                    

Torre celeste, Kistam.

Cuarto mes del año 1103 d.c.

Rey Hasen Koram, monarca del norte.

En contraste con las de las otras naciones, la fortaleza kistani era mucho más silenciosa. También poseía una arquitectura que preservaba el estilo concéntrico de los Estardy y la sobriedad de los Koram. Tan hermosa que daba gusto mirarla.

Desde la ciudad capital se podían observar las murallas y las enormes torres esquineras, y la que más destacaba, era la torre celeste del centro. Su altura era impresionante, al igual que su historia, la cual se remontaba a la época de la guerra entre los reyes Estardy, gobernantes del norte, antes llamado Ramkay, y los exiliados nitanos, liderados por Canek. Tanta fue la euforia de los guerreros nitanos al saberse ganadores sobre las fuerzas del rey, que se sintieron invencibles. Razón por la que posteriormente construyeron aquella torre que según ellos llegaría hasta el cielo, más allá del mundo de los justos, el hogar de los dioses; donde podrían tocar las estrellas.

Hasen creció con estas historias y se vio en la necesidad de mantenerlas en su cabeza cuando subió al trono de Kistam. De vez en cuando hojeaba los viejos libros y suspiraba. Los años ya pesaban sobre sus párpados cansados.

Ahora se encontraba solo en sus aposentos levemente iluminados. Vistiendo una túnica casual y cómoda de color azul, con el cabello cayéndole por la espalda, atado en una trenza despeinada y larga del color de los granos de café, lucía como un hombre despreocupado y en la flor de la vida. Sin embargo, era todo lo contrario.

La soledad se había convertido en el pan diario de su existencia. Soledad a la que él mismo se aferró con terquedad, sumiéndose en sus memorias del pasado.

Se miraba al espejo y no podía encontrar en el reflejo ni un rastro del hombre que había sido antes. Cuando su amada esposa estaba viva. Todos lo reconocían por ser excepcional, un líder ejemplar y un padre amoroso. Nadie nunca pensó, ni siquiera él mismo, que se convertiría en un despojo humano.

Pasó mucho tiempo viajando por el continente en busca de una cura para la enfermedad que se adueñó de su reina.

Su primer destino fue Danae, la nación más destacada en la sanación y hogar de sus antiguos amigos los reyes Surem, pero ni los de la casa real pudieron ayudarlo. Después, viajó a Zuxhill, esperanzado en que la magia pudiera marcar la diferencia, pero también fue en vano. Los hijos de Zuxhill no manejaban magia sanadora.

Desesperado, recurrió a la reina Artemina Zen como último recurso, suplicando que usara magia oscura para salvarla. Pues según el conocimiento general, este tipo de magia siniestra era capaz de abrir puertas a las que la mayoría no podía acceder.

—¡Está prohibido! —Le había dicho ella en ese entonces, con firmeza—. Lo está desde que Arfemis I tomó el trono.

Él sintió un terrible dolor en el pecho, como si cada palabra fuera un puñal clavado en su corazón.

Fijando sus ojos en los grises y serios de la mujer de cabellos de plata, tuvo el impulso de arrodillarse. Apenas y logró contenerse.

—Se trata de Nissary —dijo con dificultad—, ¿podrías dejar tu maldita moral de lado y ayudarme? Se está muriendo. Cada día que pasa ella...

Artemina suspiró, su mirada reflejaba una lucha interna.

—Nosotros no debemos interponernos en el camino de cada ser viviente, hacerlo es ir contra toda naturaleza.

—¿Entonces solo debo dejar que parta? ¿Eso es lo que pretendes que haga? —gritó él, sus ojos brillando con lágrimas reprimidas.

Ella suspiró, con una mezcla de compasión y resignación cruzando su rostro. Se acercó a Hasen, colocando una mano reconfortante en su hombro.

Flores y estrellasWhere stories live. Discover now