Capítulo 15: Duelo de miradas

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Hasan Koram, heredero del norte.

Torre celeste, Kistam.

La llegada del guardián del suroeste, amo y señor de la ciudad de Kay, Sekial Deufie, y de su hija, la afamada prometida del heredero Koram; Seuri, tomó por sorpresa a Hasan.

El compromiso entre Hasan y la joven Seuri Deufie se había forjado desde el momento mismo del nacimiento de ella, hacía ya quince años. Según los designios del rey Koram, esta unión matrimonial estaba destinada a garantizar la estabilidad de la alianza entre ambas casas. Kay, la ciudad de la familia Deufie, se erigía como la segunda urbe más importante de Kistam, solo superada por la capital, Torre Celeste, y destacaba por su inmensa riqueza.

El señor Deufie gobernaba sobre una ciudad próspera, respaldada por una impresionante tropa de hombres cuyas habilidades en batalla eran excepcionales, modeladas según los estrictos preceptos aukanos. Esta fuerza militar se había fortalecido gracias a la proximidad de Kay con la nación Ikal, lo que representaba para el rey Koram una tregua estratégica fundamental para el equilibrio de poder en la región.

Un gran banquete los recibió, al igual que Hasan en la entrada del castillo. A él no le importaba en lo absoluto estar allí y tampoco ella, aunque debía hacerlo solo por las órdenes de su padre. Sabía que para Seuri era exactamente igual, por lo que no se molestó en sentirse mal.

Seuri tenía un rostro bonito, aunque, a decir verdad, Hasan no podía considerarla fea, pero tampoco una belleza destacada. Era su elegante ropa y las joyas que adornaban su cabello largo y trenzado lo que la hacían destacar.

«Parece un maldito candelabro». Pensó él, recordando una de las tantas reglas de su casa.

En cuanto la tuvo enfrente, la tomó del brazo para llevarla adentro donde todos sin excepciones los miraron. Ella por su parte, no les regaló ninguna mirada, y su semblante denotaba la presunción que cargaba en sus hombros.

La princesa Isdenn pasaba junto a él, y sus miradas se cruzaron brevemente. Sin embargo, la elegante tiara de oro que adornaba su cabeza no estaba asegurada correctamente, y terminó cayendo al suelo. Hasan, sin dudarlo, soltó el brazo de su prometida para inclinarse y recoger la tiara.

—Dioses —Le dijo—. No se hubiera molestado, alteza.

Hasan barrió con los ojos enrojecidos el cuerpo de aquella joven de exquisita apariencia, con tez morena y facciones delicadas, muy similares a los descendientes de la casa Surem. Ella era el ejemplo perfecto de una mujer bendecida con la hermosura.

—No es molestia, princesa Tiskani—Le respondió Hasan con tono suave y cortés.

—¿Este es el castigo del que han hablado tanto? —preguntó ella mirándolo sorprendida—. Con tal crueldad... —Se detuvo y luego de unos segundos agregó—. Agradezco su amabilidad, príncipe Hasan.

Una vez la princesa Tiskani se alejó de ellos, Hasan volvió a tomar del brazo a Seuri, quien le regaló una sonrisa brillante que embelleció su rostro, él le sonrió de vuelta y caminaron hasta sus lugares.

Cualquiera que los viera podría decir que eran una pareja envidiable, ambos con un aspecto gentil y noble, sin siquiera poder imaginar cuán diferente era la realidad. Ya que, luego de ayudarla a sentarse, intentó besar su mano, pero ella la apartó con discreción.

—El que estemos comprometidos no te da derecho a tocarme cada vez que quieras. No seas insolente —susurró con una mueca de disgusto medianamente disimulada—. Recuerda que solo yo puedo tocarte cuando me plazca, y ahora no es el caso.

Hasan retiró su mano y apretó en silencio la cinta sagrada que tenía enrollada en su muñeca. Recordó las veces en las que ella, aprovechando los descuidos de sus damas de compañía y de su padre, se escabullía para llegar a hasta él y tener un momento a solas.

Flores y estrellasWhere stories live. Discover now