Capítulo 4.1: Génesis

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1095 d.c.

Fesalia, Nalinn.

Quinn Tiskani, hijo del segundo príncipe de Nalinn.

Después de que el bullicio del exterior perturbara sus sueños, Quinn desprendió la manta de su lecho para asomarse al balcón, con su cabello negro, sus ojos grandes y cafés, que reflejaban la inocencia de un niño, quien normalmente era alegre y despreocupado.

La luna aún seguía en lo más alto, por lo que un mal presentimiento erizó sus vellos. Aun con diez años, podía entender que una situación así era inhabitual en su palacio.

Fesalia era una ciudad tranquila, quizá la más tranquila en toda Nalinn, y también la más prospera.

Creyó que se podría tratar del regreso de su padre y madre luego de un año entero de ausencia por su larga visita a las islas Aukanas. Era probable ya que lo último que supo por sus maestros era que el rey Iskionn, su tío, los había convocado en la capital luego de enterarse de que estaban de regreso para... ¿para qué? No lo recordaba, estaba tan emocionado por saberlos más cerca que todo lo que llego a sus oídos después de eso se escapó de su mente.

Feliz, se metió nuevamente en la cama para esperarlos. Ellos solían llegar de sorpresa y despertarlo con un beso en la frente, por lo que aguardó con mucho entusiasmo y cerró los ojos, fingiendo dormir. Los extrañaba tanto.

La puerta se abrió minutos después, tal como pensó. Sin embargo, no pudo sentir el suave aroma a rosas del bosque de su madre, ni el susurro de la voz grácil de su padre para despertarlo.

—Mi señor, despierte.

Era su maestro, bueno, uno de ellos, Dalomon, quien se presentó ante él con el rostro sombrío y la mirada baja.

—¿Y mis padres? ¿Han llegado tan cansados de su viaje que no vinieron a verme?

—Tus padres no llegaron, mi señor.

—Pero dijiste que ya estaban en la nación, que se dirigían a Gresly, hace semanas.

—Nunca llegaron a Gresly.

Eso lo paralizó. ¿Entonces?

—Ya eres mayor, todo un señor. Los demás maestros no opinaban lo mismo, dicen que aun eres un niño, pero te debemos la verdad.

—Los demás maestros son los niños, eso es lo que dice mi padre —sonrió al recordar las bromas que compartía con él sobre los ancianos.

—Mi príncipe Quedann y la princesa Salina no llegaron a la capital porque un grupo de malhechores se interpuso en su camino, intentaron robarles y les infligieron daño.

Un escalofrío recorrió la espalda de Quinn mientras Dalomon hablaba. Su corazón latió con fuerza en su pecho, y un nudo de terror se formó en su garganta

—¿Robarles? ¿Por qué querrían hacer eso? ¿No pueden simplemente pedir lo que necesiten? —preguntó Quinn con inocencia, con los ojos muy abiertos.

El maestro trató de encontrar las palabras adecuadas para explicar la situación sin asustar aún más a Quinn.

—A veces, mi joven señor, hay personas que eligen hacer cosas malas, incluso cuando podrían pedir lo que necesitan. Es triste, pero así es como algunas personas eligen comportarse.

Quinn frunció el ceño, tratando de procesar esta nueva información.

—¿Pero por qué querrían lastimar a mamá y a papá? Ellos son buenos con todos, ¿no es así?

Dalomon asintió con tristeza.

—¿Dónde están ellos? —preguntó Quinn con voz temblorosa, su rostro reflejando la preocupación que sentía en su interior—. Quiero verlos. Seguro que están preocupados por mí. Debo decirles que aquí no hay malhechores.

Flores y estrellasWhere stories live. Discover now