21la novia

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Tras dos semanas más de hospital, Alfonso fue dado de alta y los médicos le dijeron que se lo tomara con calma. Aunque se seguía cansando con facilidad, ya era capaz de recorrerse toda la planta sin apenas ayuda. Su médico se oponía a que regresara al trabajo tan pronto, pero accedió a condición de que lo hiciera a tiempo parcial, y de que lo dejara si se sentía fatigado.

Alfonso contrató a un fisioterapeuta para que fuera a su casa tres veces por semana, y hacía los ejercicios que le asignaba.
Aunque se esforzaba por recuperar su forma física, no dejaba de pensar en hacerle el amor a su gatita rubia. Se imaginaba poseyéndola en todas las habitaciones y sobre todos los muebles de la casa.

Con el fin de mantener una apariencia de normalidad en su trabajo, Alfonso empezó a trabajar desde la oficina de su casa, pero después de una agotadora sesión con el fisioterapeuta tras varias horas de estar sentado, tenía unas ganas enormes de tumbarse. Anahí había estado dividiendo su tiempo entre su casa y la oficina, y llegó justo cuando el fisioterapeuta se iba.

Subiendo lentamente las escaleras, Alfonso hizo un esfuerzo para llegar al dormitorio mientras
Anahí corría por delante de él. Decidió que lo mejor era no ayudarle, ya que lo tenía que hacer por sí mismo y, aunque su orgullo le impedía pedir ayuda, no quiso complicar las cosas agobiándole.

Para cuando entró en el dormitorio, ella ya había retirado la colcha y colocado la tablet y el teléfono en la mesita de noche. Sonriéndole, se dirigió hacia él y tomó su mano. La besó y le atrajo hacia la cama, y él se sentó con un suspiro.

-No me imaginaba que me iba a costar tanto recuperarme- confesó recostándose. -He dormido durante semanas. Debería sentirme mejor.
-El médico dijo que te lo tomaras con calma- respondió ella arrodillándose delante de él para quitarle los zapatos. Le dio un masaje en los pies, y él cambió de postura y se recostó contra el cabecero.
-Aunque podría acostumbrarme a toda esta atención- añadió mientras Anahí le masajeaba las piernas.
-Oh, Anahí, tus manos tienen un tacto divino- Alfonso cerró los ojos, disfrutando de las caricias. Desde que despertó, no podía dejar de tocarlo y, cuando no estaban juntos, no paraba de pensar en sus manos sobre él.
Sus móviles sonaron al mismo tiempo.
-¿Listo para volver al trabajo?- preguntó con una sonrisa apenada. Asintiendo con la cabeza, él alcanzó su móvil mientras ella revisaba sus mensajes.
-Buenas noticias- exclamó tras leer uno de Simon informándoles de que había estado trabajando para reinstaurar las relaciones con la Autoridad Portuaria de Nueva Jersey, y había negociado con éxito una tregua con el sindicato.

Tras quitarle el móvil de las manos, Alfonso colocó ambos sobre la mesilla de noche y se volvió a recostar contra el cabecero.

-Es un buen momento para deciros lo orgulloso que estoy de vosotros y de todo lo que habéis hecho mientras yo estaba en el hospital, pero me está gustando demasiado tu tacto. No pares.
Soltando una carcajada, Anahí se apartó de la cama y Alfonso abrió un ojo para mirarla.
–Has parado- dijo simplemente.
Tomando un mando a distancia, pulsó un botón y el sonido de un saxofón tocando una melodía jazz inundó el cuarto.
-Creo que llevo demasiada ropa- bromeó Anahí quitándose los zapatos con sendas patadas.

Dándole la espalda, cerró los ojos dejando que la música la envolviera. Nunca había apreciado el jazz hasta que conoció a Alfonso, y le encantaba la forma en la que el compás parecía vibrar dentro de ella. Comenzó a mecerse al ritmo de la música. Levantando los brazos, echó la cabeza hacia atrás y dejó que la música fluyera por ella en serenas oleadas.

Tras abrir la cremallera del pantalón, dejó que éste se deslizara por sus caderas hasta el suelo. Doblándose por la cintura, sacó los pies de la prenda y la arrojó al pie de la cama. Se dio la vuelta y continuó bailando a la vez que asía el bajo de su camisa y se la sacaba lentamente por la cabeza.

enamorada de un millonario Where stories live. Discover now