Mara
Cuando pensaba que mi vida no podía ser peor, siempre sucedía algo que la hacía empeorar.
Y lo que iba a suceder en ese momento, no fue la excepción.
Caminé hacía la puerta de la casa, a medida que mis manos intentaron calmarse para poder introducir después las llaves en la cerradura, dándome cuenta que esta ya se encontraba abierta. El corazón me latió con frenesí y exhalé profundamente para intentar regular mi respiración y mis emociones desbocadas.
La casa estaba en silencio y las luces de la sala y la cocina, encendidas. A pesar de que la casa estaba desierta, había un par de colillas de cigarro en la mesa, y un persistente olor a nicotina en el ambiente que no era regular. No fumaba, y por lo que sabía, Rebeca tampoco. Sus últimos mensajes, había sido la respuesta que me había dado luego de que me negara a quedarme cuidando a Leo, por lo que lo más seguro es que hubiese salido no mucho después.
Eran casi las cinco de la mañana y eso significaba que lo había dejado solo por casi diez horas. Leo ni siquiera tenía dos años, no sabía hablar, no podía defenderse, era vulnerable y dependía de su madre, la persona que se supone debía amarlo, protegerlo y cuidarlo, pero que, sin embargo, era lo que menos hacía.
Corrí hasta la habitación del bebe, imaginándome todas las posibles y terribles situaciones con las que iba a encontrarme. La luz de la habitación estaba apagada, por lo que no podía ver nada, excepto la poca luz de la calle que se reflejaba a través de las cortinas. Busqué a tientas el interruptor en la pared que estaba justo al lado de la puerta y todo el espacio se iluminó, para revelar a Leo, hecho un ovillo, al tiempo en el que sus jadeos, en medio de lo que parecía un mal sueño, llenaban la habitación.
Sus sollozos me arrugaron el corazón, pero también llenaron mi ácido con algo que no podía ser otra cosa que cólera pura.
¿Cuánto tiempo había estado?
¿A dónde estaba ella?
Las preguntas no tuvieron respuesta en mi cabeza, por más que las formule con desesperación. Con pasos silenciosos, me acerqué hasta la cuna y lo tomé en mis brazos, estrechando su cuerpo, el cual estaba demasiado frío, contra el mío. No pasó demasiado tiempo, para que este comenzara a removerse en sueños, de modo que sus grandes ojos me miraron, implorantes y llorosos.
Su naricita estaba roja, todo el contorno de sus párpados hinchados. Tal vez estaba lleno de miedo, preguntando dónde estábamos y eso me hizo sentir culpable. Culpable por no poder llegar antes y también por dejarme envolver en un lugar en el que en primer lugar, nunca debí haber pisado.
Comprobé el pañal de Leo, y note que este estaba manchado, también debía tener hambre. Una vez lo había aseado, alimentado y puesto a descansar de una forma más apropiada, le envié un mensaje a la señora Díaz, para agradecerle y avisarle que todo estaba en orden.
BINABASA MO ANG
Ella sabe que le miento
Teen FictionUna chica intercambia por error mensajes de texto con un desconocido, sin imaginar que se trata de Reign Miller, el guitarrista principal de la banda más famosa del momento y la persona que tanto odia.