Capítulo 7: En la boca del lobo

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Mara

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Mara

"Que te jodan".

¿Por qué diablos había hecho eso?

Me detuve a releer por enésima vez las tres palabras que había escrito en aquella hoja de papel roída, buscando las razones más locas y descabelladas de lo que sea que se me había metido a la cabeza para actuar con suma imprudencia como lo hice aquella noche.

La culpa, la preocupación y un cierto nivel de remordimiento me embargaron, arrepintiéndome enseguida de lo estúpida que podía ser a veces.

Tal vez era la adrenalina de las horas pasadas, porque en cuestión de una tarde, no solo había hecho la cosa más valiente en mis veinte años de aburrida existencia, sino que también, me había sentido cómoda para entablar una conversación con alguien sin rostro, en donde había terminado actuando con completa naturalidad.

No tenía una gota de alcohol en mi sistema; no tomaba desde aquella fatídica vez y el par de sándwiches que me había guardado mi hermana para la cena no contenían ninguna planta feliz como para olvidarme un rato del sentido común y enviarle no una, sino dos fotos a alguien el cual siquiera sabía su nombre real.

Y tal vez, solo tal vez, debíamos mantenerlo así.

Aquello no se limitaba al hecho de que era cien por ciento seguro de que el desconocido con él me había estado mensajeando durante la noche, me había enviado antes una foto que le robaría el suspiro incluso a una monja, sino al hecho de cómo había reaccionado yo después al caer en su trampa.

Gracias a eso, me encontraba mirando por enésima vez la pantalla de mi teléfono, esperando a que Farsante tecleara su respuesta, pero en su lugar, el último mensaje enviado había sido el de mi lado de la conversación.

No hubo una respuesta descarada, mordaz o elocuente después, como siempre solía responder cuando quería ganar una contienda. Solo el silencio perpetuo por su parte, diciéndome que era él quien se había quedado sin palabras y no yo, como supuso en un primer momento.

Luego de un rato, cuando me di por vencida, tome la camiseta grande que minutos antes llevaba puesta y la deslicé por mi cabeza, soltando un chillido emocionado, que esperé no se hubiese escuchado del otro lado del pasillo.

¿Por qué siquiera me encontraba gritando eufórica? Sí, era el efecto del subidón de adrenalina de haberle plantado cara al mayor bastardo que alguna vez había tenido la desdicha de respirar el mismo aire que yo, sino que también le había cerrado el hocico a quien seguro era un nerd de mierda que demasiado enfrascado en sus cómics y libros de matemáticas como para salir a la vida a coquetearle a una chica.

Eso me dije a mí misma, ya que no le encontraba otra explicación a la imagen que no dejaba de ver.

No se trataba de los abdominales cincelados, los hombros amplios o el pecho trabajado en donde caía una especie de crucifijo o fino medallón de plata. No, era que aquel no solía ser el físico promedio que se encontraba en los pasillos de mi universidad, a menos que fueras un deportista inyectado de esteroides y esa fuera la explicación.

Ella sabe que le mientoWhere stories live. Discover now