Epílogo

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(Poco más de un año después)


Düsseldorf, 12 de julio de 1952.

Plaza Marktplatz, cerca del río Rin

4:15 p.m.


Lena se hallaba tras el mostrador, bebiendo un café y leyendo un libro de Günter Grass. No habían clientes en la librería y disfrutaba de un momento en silencio. La puerta se abrió y entró Bruno Schmidt llevando al pequeño Dieter de la mano.

—¡Lena, Lena! —saludó Dieter, emocionado—. Mi papá me compró un helado de la tienda de en frente, ¡deberías probarlo!

Lena le sonrió amablemente. Al terminar las investigaciones y conseguir librarse de los falsos cargos que Arthur quiso imputarle, decidió retirarse de la policía. Varios policías corruptos fueron despedidos, pero muchos otros mantuvieron sus puestos. La organización de tráfico de armas que controlaba Arthur se desarticuló, aunque varios de sus miembros terminaron uniéndose a otras bandas criminales. Lena estaba cansada de relacionarse con el crimen, necesitaba cambiar de aires, de vida.

Se mudó a Düsseldorf para estar cerca de Dieter. Se sentía culpable por la muerte de Ellen Schmidt, que murió en su lugar. Sabía que no conseguiría ser una madre para él, pero podría ayudar en algo.

Tras unos meses de terapia con un psicólogo especialista en niños, consiguieron establecer una rutina para que Dieter pudiera comprender que Lena no era su madre, pero que podía contar con ella. Como si fuera una tía, una pariente lejana de su madre.

Fue difícil al inicio, pero con el tiempo establecieron una sana relación, y se hizo amiga de Bruno Schmidt.

—Lo tendré en cuenta —le respondió alegremente, apresurándose a limpiar una pequeña mancha de helado que el pequeño tenía en la boca—. Mañana domingo iremos a la feria, podremos comer helado ahí.

Dieter se emocionó. Lena le ofreció un libro de cuentos para niños y conversó con Bruno sobre la escuela de Dieter. Había progresado bastante en su aprendizaje después del retroceso que sufrió tras la muerte de su madre.

Llegaron unos clientes y Bruno y Dieter se despidieron. Lena se sentía feliz atendiendo en la librería. Düsseldorf le resultaba apacible y había conseguido paz. Inicialmente quiso huir de sus recuerdos en Leipzig y Berlín, y terminó encontrándose a sí misma al otro lado del país.

Descubrió su amor por los libros y pensó en escribir una novela. Sentía que tenía mucho que contar, pues su imaginación había despegado desde que no enfocaba su mente en resolver casos, y a veces se sorprendía a sí misma con las ideas que se le ocurrían. Llevaba siempre consigo una libreta de ideas que esperaba pronto materializar.

Tras despedir a los clientes, empezó a tomar notas sobre nuevas ideas para la trama, cuando la campanilla de la puerta sonó y se preparó para atender al próximo cliente.

El hombre que ingresó llevaba un traje verde oliva muy fino y pulcro. El rostro de Lena se quedó congelado en la «b» de las «buenas tardes» que iba a decir como saludo. El hombre se quitó el sombrero y le sonrió.

—Lena Roth, sí que eres difícil de encontrar —dijo, paseándose frente al mostrador, examinando la librería—. Nunca acudiste a Peppe.

—Lorenzo, no pensé verte por aquí —dijo Lena por fin, sin poder disimular las mejillas encendidas—. Pensé que estarías en Sicilia.

—Lo estuve, vine por negocios, cuando escuché que el caso Gross-Braun había sido cerrado.

—No me digas que sigues en el tráfico de armas.

—Ya no. Ahora trabajo en el comercio de telas italianas. No me va mal, aunque no me permite tener el estilo de vida que tenía antes.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó acercándose a él, y ofreciéndole un mullido sillón junto a la ventana.

—Aún tengo algunos contactos. Luego de saber que te retiraste de la policía, te perdí el rastro... Hasta que me informaron de una Lena Roth que atendía una librería en Düsseldorf. En serio, tardé meses en dar contigo.

—¿Y por qué me buscabas?

—Mi oferta de llevarte a Sicilia sigue en pie —dijo, con tono coqueto—, pero sospecho que no la aceptarás. Veo que encontraste un bonito lugar.

—No me quejo. Lo hice por Dieter, el hijo de Ellen Schmidt, pero encontré un pequeño tesoro. Aquí encontré lo que no sabía que estaba buscando, es la vida que quiero. ¿A ti qué te parece?

—No me molestaría cambiar de aires —soltó Lorenzo con una mirada chispeante—. Creo que mis telas lucirían bien en estos negocios. Parece ser una zona emergente de buen gusto, empezando por esta librería.

Lena le dedicó una sonrisa.

—¿Te gustaría ir por un café? —ofreció Lorenzo, haciendo un gesto señalando a la puerta con la mano extendida.

—Claro —respondió Lena de inmediato, esperando la invitación desde que Moretti cruzó el umbral—. Conozco un café cerca de aquí, es mi favorito. La vista hacia el Rin es maravillosa.

—Veo que ahora también sientes fascinación por los cuerpos de agua. Sicilia te encantará cuando al fin te animes a visitarla conmigo.

Lena asintió, y decidió cerrar la tienda temprano. Corrió las cortinas y tan solo un poco de luz se filtró por ellas. Lorenzo se acercó y la abrazó. Lena no se resistió.

—Estoy feliz de haberte encontrado —le dijo él en un susurro muy cerca del oído.

—Ya bésame, idiota —dijo Lena, y tomó la iniciativa. Se fundieron en un beso, y ya no llegaron a ir a la cafetería.


— FIN —



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* * *

Muchas gracias a todos los que llegaron hasta aquí. Espero que les haya gustado la historia de Lena, tanto como yo disfruté de escribirla. Ha sido todo un viaje a pesar de tratarse de una historia corta, pues requirió de mucha documentación para tratar de representar con fidelidad la Alemania de 1951, así como el estilo Noir que intentaba retratar.

Me gustaría ampliar esta historia en una novela un poco más extensa en el futuro, ofreciendo más trasfondo de las motivaciones de Lena para ingresar a la policía durante la II Guerra Mundial, así como de los casos en los que trabajó junto a Arthur en Leipzig.

Nos vemos en la próxima historia. Y nuevamente, mil gracias.

(Oscar Nox)

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