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Eros no se resistió cuando los dos hombres de uniforme escarlata que acababan de entrar al salón lo agarraron de los brazos y lo obligaron a arrodillarse. No miró a su hermana cuando dio un paso al costado para dejar que lo hicieran. Tampoco miró a Alex, que esperaba inquieto en su silla a que Eros lo buscara, a que Eros le diera una señal, como si no fuera demasiado tarde para revertir todo el daño que Alex había hecho.

Alex tenía que aceptar que Eros ya no confiaba en él, Eros prefería dejarse someter antes que pedirle ayuda, y tenía razón. En los ojos de Eros, Alex era un Guardia más, una de las personas con las que estaba en peligro.

— ¿Me invocaron? —Apolo entró al salón por la puerta abierta, arrastrando por el piso su camisón de seda blanca. Todos los humanos en la habitación hicieron una reverencia para saludarlo, excepto Alex, que nunca le había tenido suficiente respeto. A Apolo no pareció importarle. Curioso por las cajas de galletitas, se sentó directamente sobre la mesa y comió una de un solo bocado—. Esto no tiene gusto a nada —opinó, desilusionado.

—Es para humanos —Torres le avisó.

—Puaj. —Apolo puso cara de asco, pero no dejó de lamer las miguitas que habían quedado pegadas a su dedo pulgar. Peinó su largo pelo rubio hacia un lado con la otra mano. Sus ojos se agrandaron cuando notó a Eros en el piso—. ¿Lo trajeron de vuelta?

—Vino solito.

— ¿Quién lo dejó entrar?

—Quieren desterrarlo —dijo Ante, acercándose para que Apolo la escuchara—. Tenés que frenar esta locura.

— ¿Yo? —Apolo se llevó una mano al pecho. Miró sorprendido al Jefe, buscando explicaciones—. ¿Para eso me llamaron?

—Te llamaron para que hagas el ritual —Ante contestó antes que nadie, colocando las manos en la cintura.

—Oh. —Apolo se mostró interesado.

— ¡Tenés que negarte! Sos el único que puede poner orden —Ante le reclamó. Apolo sonrió.

—No sé si quiero hacer eso —dijo, y bajó de la mesa sin perder la sonrisa.

Caminó hacia Eros lentamente, colocando un pie delante del otro sobre la misma línea imaginaria. Alex deseó que Ante lo detuviera cuando pasó a su lado. Ante simplemente lo dejó seguir.

Alex apretó los dientes porque nada de lo que pudiera decir era capaz de afectar la actitud de un dios como Apolo, de hacerlo cambiar la decisión que había tomado.

Apolo se agachó frente a Eros. Apoyó un dedo debajo de su mentón para obligarlo a levantar la mirada. Un rayo cayó detrás de Eros, haciendo sobresaltar a los Guardias.

— ¿Estás enojado? —Apolo preguntó en un tono burlón. Eros no hizo nada más que pestañear. El trueno que siguió al rayo hizo temblar las paredes—. Manténgalo quieto.

Los Guardias obedecieron la orden agarrando los brazos de Eros con más fuerza. Eros hizo una mueca de dolor. Se estremeció liberando por todos lados un montón de chispas rojas, magia que empezaba a salirse de control. Alex se levantó bruscamente de la silla.

— ¿Por qué lo estás permitiendo? —le preguntó al Jefe, esperando que todavía conservara algo de autoridad para controlar a los demás. Torres fingió ignorarlo, enfocado en lo que Apolo estaba haciendo: forzando a la magia de Eros a responder a la suya. Alex se aferró al borde de la mesa con las dos manos—. Tomaste la decisión sin el acuerdo del Comité y mandaste la solicitud sabiendo que Ares la iba a firmar sin leerla y ahora Eros no puede hacer nada.

Un resplandor de luz dorada, la magia de Apolo.

—Bueno... —Torres contestó, finalmente prestando atención— Eros siempre fue un dios inferior, ¿no?

Alex tuvo el impulso de saltarle encima, pero la espada de su hermano lo impidió. Diego desenfundó el arma al mismo tiempo que saltaba sobre la mesa, alcanzando a Alex en un solo movimiento ágil.

Alex alzó las manos abiertas a la altura del pecho en un gesto de rendición. Torres dió un paso atrás y enderezó su chaqueta poniendo mala cara.

—Estás siendo irracional —dijo Diego, a pesar de que era él el que apoyaba la punta afilada de la espada contra la garganta de su propio hermano. Obligó a Alex a caminar hacia atrás hasta que su espalda chocó contra la pared fría—. ¿Por qué estás tan preocupado por él?

Alex tragó saliva. Estaba preocupado por Eros porque el castigo era injusto. Porque estaba seguro de que Eros era más feliz haciendo magia de lo que podría ser siendo humano.

Porque el último humano en el que había confiado no había hecho nada más que mentirle y lastimarlo y traerlo hasta acá.

—Yo sabía que tenían que mandar a otro—dijo Diego—. Siempre fuiste demasiado sensible para esto.

La lluvia empezó de a poco –una gota cayendo sobre la nariz de Alex, una sobre el dorso de la mano que empuñaba la espada–, después más fuerte, mojando todo.

Eros estaba llorando. Sus lágrimas caían como la lluvia, gotas que explotaban sobre el piso, la ropa, las cajas de cartón. Su cuerpo temblaba como las nubes oscuras que chocaban entre sí. Sus sollozos se ocultaban entre los truenos.

Alex estaba preocupado por él porque lo estaban haciendo sufrir.

Los labios de Eros estaban separados, la cabeza echada hacia atrás, y de su boca salía un hilo rojo. Atraído por la magia de Apolo, el hilo caía al piso desordenado, en un flujo constante. Cada vez que se atascaba en su garganta, Eros se ahogaba y cerraba los ojos.

Eros tosió cuando el hilo terminó de salir. Se relajó hacia adelante, agotado, y dejó que su cuerpo colgara de los brazos, donde todavía lo sostenían por la fuerza. Apolo soltó una carcajada tan repentina que todos giraron a mirarlo.

Excepto Alex. Diego bajó apenas la espada cuando se distrajo, solo lo suficiente para que Alex pudiera dar un paso adelante. El interior del codo, la muñeca, la boca del estómago; tres golpes precisos y la espada cayó al suelo con un ruido metálico.

Desarmado, Diego se recuperó e intentó atrapar a Alex de vuelta contra la pared. Alex logró esquivarlo. Torres lo atacó por atrás y Alex se deshizo de él con un empujón que lo tiró al piso.

El hilo respondía a la magia de Apolo y se elevaba en el aire frente a Eros, enrollándose sobre sí mismo como un ovillo de lana. La magia de Eros, hilos rojos que brillaban con luz propia, extrañamente fuera de su cuerpo.

Alex corrió hacia Eros. Se arrojó sobre él y lo envolvió en sus brazos, atrapando la esfera roja entre ambos, cenizas de fuegos artificiales.

—Perdón. —Alex escondió el rostro en los rulos mojados de Eros y susurró en su oído—. Perdón. —Un ruidito patético que se perdió en el repiqueteo de la lluvia—. Perdón, Eros.

Cuando los Guardias al fin lo soltaron, Eros relajó el peso de su cuerpo contra el de Alex. Rodeó su cintura con brazos débiles. Lloró, y Alex lloró con él, aunque no tenía ningún derecho a hacerlo.

Una queja de la voz de Apolo, chispas de magia dorada, y la lluvia paró de repente. Eros no dejó de llorar. Se estremecía con cada inhalación de su respiración entrecortada y Alex lo abrazaba más fuerte, apretando a Eros contra su pecho como si pudiera guardarlo ahí.

Lo sostuvo hasta que Eros logró calmarse. El frío había erizado la piel de ambos y algunas gotas aisladas caían sobre los charcos quebrando el silencio. Con un suspiro cansado, Eros abrió los ojos. Pestañeó un par de veces, despegando las lágrimas secas. Se sostuvo de la chaqueta de Alex para no perder el equilibrio al incorporarse.

No quedaba entre ambos nada más que la angustia de Alex y el enojo de Eros, cargando el aire como magia.

Eros se puso de pie con dificultad. Alex deslizó las manos sobre sus brazos en una última caricia.

Antes de irse, Eros lo miró a los ojos y le escupió en la cara.

En el bolsillo de Alex, un tenue resplandor de luz roja.

Canela 🍪Where stories live. Discover now