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—Está increíble —dijo Eros con la boca llena.

—Me doy cuenta.

Eros puso los ojos en blanco. Alex sostenía el tenedor cargado de risotto, pero estaba demasiado ocupado juzgando el entusiasmo con el que Eros comía como para preocuparse por su propio bocado. Eros sacudió una mano animándolo a comer.

—Probalo. Está muy bueno.

Alex puso cara de sorprendido cuando al fin se llevó el tenedor a la boca.

—Nunca me había salido tan rico.

Suave y cremoso; el sabor ligeramente amargo del azafrán y el sutil dulzor de la pera. Eros no había aportado absolutamente nada a la causa, pero igualmente sintió la necesidad de decir:

—Eso es porque estoy yo acá.

Tan pronto como terminaron de comer, Eros se levantó de la mesa y cruzó el living en dos pasos largos.

— ¿Puedo agarrarlo? —preguntó, porque tenía las manos estiradas hacia el primer arco que veía desde que estaba en el pueblo, y la necesidad de tocarlo hacía cosquillas en sus palmas.

—Sí —respondió Alex desde la mesa. Eros no esperó un segundo más—. ¿Sabés usarlo?

—Soy arquero.

Era hermoso, un arco recurvo de madera de roble. Lo adornaba un diseño delicado, quemado hábilmente en la madera, líneas rectas que Eros trazó con un dedo. Una cinta del mismo cuero del que estaba fabricado el carcaj envolvía la empuñadura, marcada donde los dedos de Alex la habían gastado con el tiempo. Se sentía cómodo, aunque un poco pesado.

— ¿Practicás hace mucho? —Alex preguntó.

Eros asintió con la cabeza. Sostuvo la cuerda con tres dedos y tiró de ella, tensándola suavemente y volviendo a soltarla.

Recordó el olor a quemado que dejaba la magia, explotando bajo sus dedos para suavizar la superficie irregular de la madera, y el aserrín cayendo sobre sus pies descalzos. Había pasado una eternidad fabricando arcos para los demás, días y noches bajo el cerezo en el patio del palacio, hasta que le permitieron quedarse con uno.

—Muchos años —dijo—. Prácticamente nací con una flecha abajo del brazo...

Alex abrió la canilla; el sonido del agua corriendo en la pileta de la cocina.

—Pensé que eras panadero —dijo, cargando jabón en la esponja para lavar los platos.

Eros dejó el arco en el piso, apoyándolo con cuidado contra la pared, y se agachó para agarrar una flecha que rotó entre los dedos mientras hablaba.

—No, la pastelería es un pasatiempo.

— ¿Y la panadería?

—Una decisión impulsiva.

—O sea que te dedicás a la arquería —dijo Alex; mitad afirmación, mitad pregunta.

—Algo así, sí. —Eros apretó los labios. Tragó un suspiro—. Pero ya no. No desde que... me mudé acá.

— ¿No lo extrañás?

—Sí —Eros admitió en un susurro. Acarició la pluma de pavo en la punta de la flecha—. ¿Vos desde cuándo practicás?

—Desde los diecisiete. —Alex cerró la canilla y se secó las manos antes de caminar hacia Eros—. Ese arco me lo regaló mi hermano mayor cuando terminé la escuela.

—Yo tengo una hermana, pero ya no me regala cosas porque dice que no las aprecio...

Alex lo miró con lástima. Apoyó una mano calentita entre sus omóplatos. Eros apretó los puños alrededor de la flecha.

Canela 🍪Where stories live. Discover now