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El cielo también estaba despejado dentro del salón. Era una de esas cosas que nunca dejaban de ser increíbles aunque uno las viera todos los días: los techos de las habitaciones del Palacio encantados para desaparecer hasta convertirse en el cielo. Entibiaban el ambiente con el sol radiante, lo humedecían con las tormentas, lo salpicaban de estrellas durante la noche.

—Vamos a empezar —dijo el hombre sentado a la cabecera de la mesa. La identificación dorada en el pecho de su chaqueta negra tenía escrito su apellido: Torres, y el color de su uniforme indicaba que su puesto en la Guardia era el de Comandante en Jefe. Si Alex entrecerraba los ojos, podía reconocerlo de algún lado, probablemente por haber estado bajo su cargo en el pasado.

Alex se sentó junto a él de un lado de la mesa y Diego se ubicó del lado de enfrente, con la espalda erguida, todavía mirando a Alex seriamente. Para no encontrarlo intimidante, Alex tenía que invocar el recuerdo de Diego cayéndose de la bicicleta colina abajo en el patio trasero de la casa de su infancia, cuando Alex apenas empezaba a caminar y lo que más amaba hacer era perseguir a su hermano mayor por todos lados.

—Nos reunimos para tratar el caso de Eros, dios del deseo, recientemente condenado al exilio. —Torres abrió la carpeta de plástico sobre la mesa y pasó las hojas, deteniéndose a leer algunos fragmentos del informe—. Los crímenes de los que se lo encontró culpable incluyen incumplimiento de los deberes olímpicos, tráfico de influencias, desobediencia a la autoridad, exhibiciones obscenas, etcétera... —Pasó tres o cuatro páginas más—. Detectamos rastros de actividad mágica en el pueblo a través de nuestro Sistema de Rastreo de Actividad Inusual y enviamos a Alexis Bertrand a investigar... Bla, bla, bla... Todo esto ya lo saben. Ah, acá. —El hombre se acomodó en su silla en un movimiento que hizo crujir el tapizado de cuero—. En el último reporte diario, Alexis manifiesta tener suficiente evidencia para volver al Olimpo a concluir el caso. —Levantó la vista hacia Alex—: ¿La trajiste?

Diego apoyó sobre la mesa la caja que él mismo le había quitado a Alex por la fuerza, llena de las cosas que habían pertenecido a Eros, cosas que Alex había tomado a escondidas, cobardemente. Torres se puso de pie para revisarla.

— ¿Qué es esto? —preguntó, alzando el cofre de ingredientes que Eros se había llevado del Olimpo sin permiso. Destrabó ambos cierres, levantó la tapa y espió en el interior—. ¿Drogas?

—Son hierbas —contestó Alex.

— ¿Para qué sirven?

—Son ingredientes para cocinar.

Torres hizo un ruidito interesado. Dejó el cofre a un lado y lo reemplazó por la libreta en la que Alex había anotado toda la información que Eros le había confiado creyendo que era un juego. El hombre leyó algunos pasajes en voz baja, y Alex creyó que volvería a vomitar.

Lo siguiente que encontró fueron las dos cajas de galletitas que Eros había horneado. Cuando se dio cuenta de lo que eran, hizo una mueca de disgusto y las descartó sobre la mesa. Después, cerró la carpeta e hizo un movimiento con la mano por encima. En una nube de chispas negras, la carpeta se transformó en un vaso alto, lleno de licuado de frutas y decorado con una sombrillita de papel amarillo.

— ¿Dónde aprendió eso? —Diego preguntó, impresionado.

—Ventajas de ser el Jefe. —Torres alzó una ceja en un gesto arrogante. Con el licuado en una mano, se dejó caer en la silla y subió los pies a la mesa cruzando los tobillos—. Bueno... ¿Qué opinan?

— ¿Nosotros? —preguntó Alex— ¿No debería encargarse de esto el Comité de Investigaciones Internas?

—Todos están de vacaciones. Somos los que estamos.

—No creo... —Alex empezó, pero Diego lo interrumpió:

—Podemos aceptar cualquier castigo que usted crea conveniente.

— ¿Castigo? —repitió Alex, mirando a su hermano con incredulidad.

—Está incumpliendo las condiciones de su exilio, ¿no merece un castigo?

—Lo que Eros merezca no es problema tuyo —Alex escupió. Se dirigió al Jefe—: No creo que Eros sea un peligro para los humanos.

— ¿Por qué?

—Les hace sentir amor. Está cumpliendo con su propósito, es lo más noble que puede hacer un dios.

—Sin embargo... —Torres discutió. Atrapó con los dientes la bombilla de su licuado para tomar un sorbito antes de continuar la frase—. Dijiste en tu reporte que una humana había sufrido una reacción adversa al consumo de la galletita.

—Eso es porque había un error en la receta. No fue su intención.

— ¿Creés conocer su intención? —Torres lo presionó. Alex apretó los labios, arrepentido de haber incluido ese hecho en el reporte, deseando volver el tiempo atrás para tratar de mantener a Eros a salvo—. Digamos que fue un error en la receta. Una receta que no debería estar haciendo en primer lugar. Concuerdo con vos. —Torres señaló a Diego con un dedo flojo—. Merece un castigo. ¿Qué ideas tienen?

—Quitarle la magia es una opción —propuso Diego.

—Definitivamente.

—Si le quitan la magia, Eros... —Alex susurró.

—Su cuerpo humano va a secarse y va a tardar uno o dos días en morir, sí —el Jefe confirmó.

— ¿Y van a dejarlo morir por esto? —Alex levantó la voz. Torres se encogió de hombros.

—No lo necesitamos —dijo—. Tenemos a otros dioses que pueden hacer cosas parecidas. Perder a Eros no alteraría el orden en el mundo humano, así que... ¿Qué hacen esta noche?

—Lo de siempre —respondió Diego.

—Me sumo —dijo el Jefe, guiñando un ojo. Diego sonrió.

— ¿Realmente creen que Eros merece un castigo tan cruel? —Alex reclamó. Torres lo miró confundido.

—Hay castigos menos crueles, pero ustedes no nombraron ninguno.

—El encierro —contestó Alex, tratando de recordar todos los castigos que conocía para elegir únicamente los menos dolorosos, los que Eros podría soportar sufriendo lo menos posible—. La pérdida de la memoria.

—La pérdida de la memoria supone demasiado riesgo —explicó el Jefe—. Puede hacer magia accidental y causar un problema mayor.

—Pero Eros solo puede hacer magia cuando tiene la intención de provocar amor —Alex discutió—, las situaciones en las que...

—Eso es lo que le hacen creer —Torres lo interrumpió—. Puede hacer magia como cualquier otro dios, pero sería capaz de causar el mayor caos de la historia si lo supiera. Eros no es confiable, es demasiado inestable. Por eso se lo ocultan. —Sacudió la mano, como intentando señalar a los tres al mismo tiempo—. Que esto quede entre nosotros —dijo—. Y ni nombren el exilio porque fue lo que nos puso en esta situación. Si me preguntan a mí... hubiera elegido un castigo más severo desde el inicio.

—También hay toda clase de castigos físicos —dijo Diego.

—Aburridos.

— ¿No pueden simplemente dejarlo ir? —Alex rogó.

—No, ¿por qué haríamos eso?

—Hay otro castigo posible. —Diego apoyó los codos sobre la mesa para inclinarse hacia adelante. El Jefe lo miró con interés—. El destierro. No solo pierde la magia, también su condición de dios. Pierde la inmortalidad. Básicamente, se convierte en humano.

— ¡Uhhh! —Torres exclamó, entusiasmado— ¡Eso es todavía más triste! Está decidido entonces.

Bajó los pies de la mesa y se sentó derecho. Sacudió el vaso vacío en el aire hasta que se transformó en un sobre blanco. Torres lo arrojó hacia arriba y el sobre desapareció dejando un puñado de estrellas negras en el aire.

Los gritos en el pasillo hicieron que los tres voltearan a mirar la puerta.

—Eros, volvé para acá. Vas a empeorar las cosas. —Una voz de mujer.

— ¡Dejame en paz, Ante!

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