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Cuando Eros llegó a la panadería el martes a la mañana, estaba usando ropa de Alex. Debía quedarle extraña –demasiado ancha en los hombros, suelta en las piernas– porque Pedro, que abría la puerta del local para empezar el día, lo miró de arriba abajo.

— ¿De dónde venís, chiquito? —preguntó, entrecerrando los ojos. Eros se cruzó de brazos; desvió la mirada.

—No veo por qué debería importarte.

Eros moría de ganas de hablar sobre cómo había pasado el fin de semana, de contarle a alguien todo lo que le gustaba de Alex y todo –casi todo– lo que habían hecho juntos, pero Pedro no era la persona ideal para eso. Eran amigos, pero no tan amigos como para conversar sobre cosas íntimas; no todavía.

Eros estaba solo, mirando el reloj marcar las cinco y media de la tarde, cuando sonó la campanita en la puerta. No era Alex el que entraba –sí, Eros estaba esperando a Alex, podía admitirlo ahora–, sino dos personas que Eros nunca había visto.

Eran algunos años más jóvenes que Alex y tenían los cachetes colorados. Venían de la mano, pero era la chica la que tiraba del chico, como si entrar a la panadería hubiera sido decisión suya.

— ¡Hola! —Eros los saludó desde detrás del mostrador. La chica levantó la vista de las canastas para dirigirle una sonrisa. El chico estaba tan enfocado en mirarla a ella que ni siquiera se había enterado de que ya no caminaban por la vereda—. ¿Qué les puedo ofrecer?

—Quiero algo dulce —dijo la chica—, pero no sé qué...

—Dulce... —Eros miró alrededor para confirmar qué productos quedaban—. Todavía hay algún muffin de chocolate, estos alfajorcitos de dulce de leche, una porción de torta de zanahoria...

— ¿Carrot cake?

—Eh... —Eros no tenía idea, no había pasado sus tres mil años de existencia aprendiendo idiomas—. Sí...

— ¿Te gusta el carrot cake? —la chica le preguntó al chico que la acompañaba. Él respondió con una sonrisa medio tonta.

—Me gusta lo que a vos te guste, Meli.

Se veían tan adorables que a Eros se le ocurrió algo genial.

Mientras ellos se ponían de acuerdo, Eros corrió a la cocina. Había llevado media docena de magi-galletas a la casa de Alex, pero la otra media seguía ahí, guardada en una cajita blanca dentro del cajón bajo la mesada, junto al cofre mágico.

Estaban discutiendo sobre la validez de las nueces en la torta de zanahoria cuando Eros volvió.

"Discutiendo" era una forma de decir. Se estaban haciendo ojitos. Meli explicaba cuánto le gustaban los trocitos de nueces dentro de la masa pero solo cuando estaban picados del tamaño correcto, y él le daba la razón.

Cuando Eros apoyó la cajita abierta sobre el mostrador lo más casualmente posible, ambos se acercaron a mirar.

— ¿Qué es eso?

— ¡Huelen rico!

Eros se inclinó sobre el mostrador reprimiendo una sonrisa arrogante. Observó cómo la curiosidad se iba apoderando de ellos.

Fue el chico el que agarró una de las galletitas. Redonda, decorada con glasé blanco y salpicada con las granas rojas con forma de corazón que Alex había encontrado bonitas.

Eros no le dio ninguna indicación. El chico se dio cuenta instintivamente de lo que tenía que hacer.

— ¿Querés probar? —preguntó, levantando la galletita frente a Meli.

Canela 🍪Where stories live. Discover now