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— ¿Pasaste la noche acá, chiquito?

—Agh... —Eros tuvo que hacer un esfuerzo para incorporarse, todo torcido en el piso de la cocina—. Creo que me quedé ciego.

—Tenés los ojos cerrados.

—Mentira —Eros discutió, y abrió los ojos justo a tiempo para ver a Pedro sacudiendo la cabeza. La luz que llegaba desde las ventanas del local lo hizo cubrirse colocando una mano en la frente—. ¿Qué hora es?

—Seis menos diez.

—Ugh... Demasiado temprano. Dejame dormir un rato más.

—Estás en el medio del camino.

Pedro acompañó la frase con un racimo de pataditas en sus tobillos, y Eros terminó levantándose. Se estiró hacia un lado y hacia el otro con una mueca de dolor.

—Ya que estás acá, te voy a poner a trabajar. Pesame estos ingredientes, por favor.

Pedro dejó sobre la mesa un montón de bolsas y paquetes que Eros espió desde la pileta donde se lavaba las manos.

— ¿Son ingredientes para muffins? —Eros preguntó— Soy muy bueno haciendo muffins. ¿Querés que los haga yo?

—No, no, no, chiquito. —Pedro agitó las manos. Colocó la balanza sobre la mesa junto a lo demás—. Ya escuché lo que le pasó a Mabel ayer con las galletitas. No voy a permitir que arruines mis muffins, también. Limitate a pesar los ingredientes.

Eros puso los ojos en blanco, pero le hizo caso, y ambos se dedicaron a hornear la producción del día.

Faltaban diez minutos para las ocho cuando Eros decidió que no podía seguir viviendo sin una taza de café. Se lavó la cara, dio unas palmaditas inútiles sobre el frente del delantal para limpiar las manchas de azúcar y harina, y salió a la calle.

Estaba imaginando la taza más grande del mundo, llena hasta arriba de café y espuma de leche y chocolate rallado cuando algo le llamó la atención. Una especie de pequeña máquina, exhibida en la vidriera de un local junto a una variedad de aparatos similares.

Ansioso, Eros rebotó sobre los talones mientras esperaba en la vereda a que la chica de uniforme azul terminara de abrir las puertas y prender las luces. En cuanto la chica lo dejó entrar, Eros señaló la máquina que le había interesado.

—Eso que dice "cafetera"... ¿es para hacer café?

La empleada guió a Eros al fondo del local, hasta una gran mesa donde tenía unas cuantas pequeñas máquinas instaladas, y usó la cafetera para mostrarle cómo funcionaba. Unos minutos después, Eros salía del local con una caja bajo el brazo y dando saltitos de felicidad.

Vio a Alex cuando dobló en la esquina de la panadería, parado en la vereda frente a la puerta.

Era raro verlo de este lado del mundo, sin el mostrador de por medio. Enmarcado por las ramas del naranjo, iluminado por la luz del sol y no por los tubos fluorescentes. Envuelto en el olor de los yuyos que crecían entre las baldosas y no el de la levadura caliente.

Su piel se veía apenas más pálida y sus hombros se redondeaban hacia adelante porque estaba mirando algo que sostenía en la mano. Era lindo, y a Eros le causaba la misma curiosidad de siempre.

Alex no notó su presencia hasta que Eros lo alcanzó y llamó su nombre. Levantó la vista, sorprendido, y sonrió un instante después, cuando lo reconoció.

—Buen día —dijo. Señaló la puerta con un movimiento de la cabeza—. Estaba esperando a que abrieras.

— ¡Salí a comprar! —Eros le contó, abriendo la puerta y girando el cartel. Alex entró detrás suyo—. Quería un café, pero traje algo mucho mejor, mirá... —Apoyó la caja sobre el mostrador y dio golpecitos sobre el cartón hasta que Alex se dio cuenta de lo que era.

Canela 🍪Where stories live. Discover now