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El edificio donde Alex vivía era más alto que el de Eros, y estaba ubicado en un barrio más iluminado. En cuanto Eros llegó, la puerta hizo un ruido metálico y lo dejó pasar.

Encontró a Alex bajando las escaleras descalzo, con las manos en los bolsillos y el pelo húmedo en las raíces y... Eros se echó a reír. Se tapó la boca con una mano y la cajita hizo equilibrio sobre la palma de la otra.

—Hey —Alex lo saludó. Sonrió de lado como el primer día—. Estás muy lindo. El rojo es tu color.

Eros se acercó a los pies de la escalera y Alex estiró una mano hacia él, invitándolo a subir.

—Quisiera poder decir lo mismo de vos, pero... estás disfrazado de rana.

Alex miró hacia abajo, al mono de felpa verde que tenía puesto.

—Es mi pijama —dijo—. Y no es una rana... —Se puso la capucha y una lengüita roja se desplegó sobre su nariz. Eros soltó otra carcajada.

—Las ventajas de estar en tu propia casa, supongo —dijo, dejando que Alex apoyara la mano en su espalda para guiarlo escaleras arriba, hacia el primer piso—. Yo, en cambio, tuve que arreglarme para salir a la calle porque me hicieron caminar.

—Me dijiste que podías llegar solo.

—Sí, bueno... Cuando dije eso no esperaba tener que caminar.

— ¿Qué esperabas?

Mínimo, un caballo alado.

El departamento era más bien pequeño, un solo ambiente en el que estaban integrados el living, el comedor y la cocina. Contra la pared opuesta a la puerta de entrada, una mesa con dos sillas. A la izquierda, una ventana de cortinas color crema, un sillón, una alfombra ovalada y la mesita ratona sobre la que Eros dejó la cajita después de descalzarse.

A la derecha, la cocina en la que Alex sacaba de la heladera una botella de vidrio llena de agua, rodajas de limón y ramitas de romero.

—Te ofrecería otra cosa, pero no puedo tomar alcohol —dijo, sirviendo un vaso. Eros se acercó a aceptarlo y probó un poco; frío, apenas ácido—. Sentate, si querés. Ponete cómodo.

— ¿No puedo mirarte?

Eros no esperó a que Alex se lo impidiera; se recostó contra una de las paredes de la cocina, desde donde podía ver todo lo que Alex estaba haciendo. Se veía adorable con su pijama de serpiente, extremadamente doméstico.

Cuando Alex volteó para dirigirle una sonrisa, Eros tomó un sorbo de agua para aliviar el calorcito en su estómago.

—Espero que te guste. —Alex arremangó el pijama hasta los codos. La capucha había dejado su pelo suave, un poco inflado—. Me tomé libertades con la receta.

— ¿Qué clase de risotto vas a preparar?

— ¿No querés que sea una sorpresa? —Alex destapó la olla que esperaba sobre la hornalla apagada. Sirvió una cucharada de caldo en un bol pequeño y agregó hebras de azafrán trituradas que dejó infusionar.

—Te estoy mirando cocinar. Voy a enterarme aunque no me lo digas —dijo Eros. Alex sonrió, sin desviar la vista de la hornalla que estaba encendiendo para calentar el caldo.

—Puerro, pera y azafrán —contestó. Eros hizo un ruidito de comprensión. Por un segundo, intentó imaginarse qué gusto tendría la combinación, pero pronto se arrepintió y decidió dejar que Alex lo sorprendiera.

Alex alineó los puerros en la tabla y los cortó en rodajas finas. Siguió por la pera; la peló, le quitó las semillas y la cortó en trocitos delgados. El tap, tap del cuchillo sobre la madera llenaba el departamento entero.

— ¿Te gusta cocinar? —Eros preguntó.

—Sí, lo hago siempre que tengo tiempo libre.

Alex puso a calentar una segunda olla, donde salteó los puerros en aceite de oliva. Luego incorporó la pera y el arroz, y coció todo junto revolviendo suavemente, agregando cucharadas de caldo de a poco.

La precisión de sus movimientos y la seguridad con la que manejaba los elementos se veía muy fuera de lugar en las manos de un peluche gigante.

Eros se rió. Alex lo miró mal.

— ¿Te causo gracia?

—Un poco, sí —contestó Eros, y Alex apretó los labios para reprimir una sonrisa. Agregó un poco más de caldo y siguió revolviendo.

Curioso, Eros miró alrededor. La ventana estaba abierta unos centímetros y la brisa sacudía suavemente la cortina. Dos pequeños estantes en una pared cercana estaban ocupados por algunos libros y una planta de flores blancas.

—Tenés lirios —Eros observó. Despegó la espalda de la pared para acercarse, dejando el vaso sobre la mesa en el camino.

—Los compré hace poquito, volviendo de la panadería —explicó Alex—. No sé mucho sobre plantas, honestamente, pero... la casa necesitaba un poco de verde y la flor me pareció bonita.  

Eros acarició una de las hojas entre dos dedos. Acercó la nariz a una de las flores; dulce, ligeramente herbal.

—Los lirios sirven como antídoto —dijo—. Pueden revertir el efecto de las galletitas. —Y agregó, muy torpemente—: O de cualquier magia de amor. Supuestamente. Eso dicen. No quiere decir que sea cierto.

Eros se mordió el labio. Estaba acostumbrado a hablar de la magia con tanta libertad que a veces olvidaba que para los humanos no existía. Olvidaba que tenía que ser ambiguo para que nadie lo tomara demasiado en serio, para no levantar sospechas.

Cuando ofrecía las galletitas en la panadería, los clientes creían que Eros era alguna especie de bruja. O que estaba loco, y le seguían el juego. O no creían nada, no confiaban en nada de lo que Eros decía.

Alex nunca se había reído de él. Nunca había dudado de su magia, ni le había tenido miedo, ni le había faltado el respeto. Pero Alex era humano, como los demás, y Eros tenía derecho a esperar su reacción con miedo.

Alex dijo ah, ah con cierto interés, y siguió cocinando. Eros suspiró por la nariz.

Tomó uno de los libros y lo abrió en una página al azar; filosofía antigua. Los márgenes estaban anotados en tinta azul, en trazos sueltos que hicieron a Eros sonreír. Leer palabras escritas por Alex se sentía tan íntimo como las olas de aroma a azafrán que llegaban desde la cocina o el crujir de la pimienta que estaba moliendo.

Eros dejó el libro en su lugar y algo llamó su atención cuando bajó la vista: en la esquina junto a la ventana, un arco y un carcaj.

—La comida está lista —dijo Alex, y Eros giró para verlo sirviendo la mesa.

— ¿El arco es tuyo?

—Sí. —Alex sonrió.

—No sabía que eras tirador.

—No soy profesional, para nada. Me gusta hacerlo a veces. —Alex se encogió de hombros. Inclinó la cabeza a un lado—. ¿Venís a sentarte?

Eros miró al arco, a Alex, y de vuelta al arco. La cocina, la arquería... la lista de cosas que Alex y Eros tenían en común seguía creciendo.

La mente de Eros inició una segunda lista sin su permiso, con todas las cosas sobre Alex de las que Eros no tenía idea: de dónde venía, a qué se dedicaba, si dormía con o sin medias, si amaba u odiaba las aceitunas...

Eros prácticamente no sabía quién era Alex, pero lo veía apoyar cuidadosamente en la mesa el plato de risotto que había preparado para él, con su pijama de animalito y sus cachetes colorados por haber pasado el rato frente a la hornalla, y al menos estaba seguro de esto:

Alex le gustaba. Eros hubiera sido la persona más feliz del mundo si Alex aceptaba comer una galletita y lo dejaba pasar la noche en su casa.

Y, sí, Eros podría haberse quedado parado ahí, haciendo todas las preguntas que le daban vueltas por la cabeza, pero también tenía la opción de disfrutar de la cena y dejarlo fluir.

Así que cruzó el living y se sentó a la mesa.

Canela 🍪Where stories live. Discover now