Arqueé mi cuerpo, acercando de nuevo mi rostro al suyo hasta que pude atisbar el último detalle de sus iris azules. Perseo estaba atrapado en una encrucijada, su mirada era como un libro abierto, por muy hermética y controlada que fuera su expresión; pero sabía cómo guiarle hacia la decisión correcta. Para que no se echara hacia atrás, pues anhelaba su presencia de una forma casi dolorosa.

Apagué de inmediato el eco de la voz que resonó en lo más profundo de mi cabeza, me advirtiéndome, tal y como había hecho un par de noches atrás, de cómo complicaría las cosas entre nosotros si continuaba por ese camino, valiéndome de los sentimientos del nigromante hacia mí para manejarlo a mi antojo.

Recordé la oleada de satisfacción que me sacudió en aquel momento, mientras Perseo me besaba en los jardines; era la misma sensación que estaba saboreando en aquel instante, percibiendo cómo las defensas que el nigromante había intentado levantar de manera inconsciente, en un acto reflejo producto de su entrenamiento, caían como si estuvieran hechas de arena.

Me apoyé sobre la punta de mis zapatillas y mordisqueé su lóbulo, saboreando el ligero escalofrío que pareció sacudirle al notar mis dientes por aquella zona tan sensible.

—Acompáñame a mi dormitorio esta noche —le susurré, provocadora.

Pensé en Clelia, en cómo había dejado en el aire la posibilidad de que volviera a mis aposentos tras la velada en compañía del príncipe heredero. Contuve una sonrisa ante la idea de que no hubiera estado tan desencaminada... al menos en el hecho de que no terminaría la noche sola.

La mano de Perseo que tenía en la cintura apretó la tela del vestido. El nigromante intentó buscar distancia pero, de nuevo, no se lo permití; notaba la sangre demasiado ligera en mis venas, moviéndose con demasiada rapidez por todo mi cuerpo. Además de una molesta pulsación entre las piernas que parecía exigirme ser atendida de inmediato.

Podía sentir la lucha interna del nigromante.

—Me deseas del mismo modo que yo te deseo —intenté convencerlo, juntando nuestras pelvis con un sinuoso movimiento que le arrancó un siseo ahogado—. Y te he echado de menos...

—No parecías tenerme muy presente mientras estabas con Octavio —escuché que mascullaba Perseo.

De nuevo tuve que tragarme una sonrisa al ver cómo los celos del nigromante se colaban en su voz... y en sus palabras. El nieto de Ptolomeo no reaccionó igual cuando Cassian se presentó en mi casa la mañana siguiente a la noche que pasamos juntos; tampoco lo hizo con el personal masculino que formaba parte del servicio de su abuelo en la hacienda. Ni siquiera con Sen o Darshan. ¿Qué sucedía con el príncipe imperial que conseguía sacarle de sus casillas con tanta facilidad?

Ladeé la cabeza en actitud coqueta.

—¿Temes que Octavio pueda haberme deslumbrado?

Una sombra atravesó su expresión, tan rápido que creí que mi mente me había jugado una mala pasada.

—Temo que estés utilizándolo para castigarme —respondió.

La dolorosa sinceridad que había en su contestación rebajó el calor de mi propio deseo, haciendo que un diminuto sentimiento de culpa se empezara a formar en la boca de mi estómago antes de que consiguiera aplastarla. Una retorcida parte de mí disfrutaba de ver cómo los sentimientos de Perseo me permitían manejarlo a mi antojo, haciendo que nuestros papeles se invirtieran; Aella y el nigromante creían que estaba usando a Octavio... pero lo cierto es que solamente me estaba valiendo de lo que el nigromante parecía sentir hacia mí. La herida había conseguido cicatrizarse, pero necesitaba devolverle al menos un fragmento del daño que me había causado.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora