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Me froté el pecho, intentando deshacer el nudo que sentía bajo mis nudillos

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Me froté el pecho, intentando deshacer el nudo que sentía bajo mis nudillos. El reencuentro con Aella no había salido tan bien como hubiera podido desear; después de mi último exabrupto en relación a su familia, la perilustre parecía haber abandonado la idea de perseguirme y yo había encontrado en Clelia, que estaba en las escaleras con expresión confusa, la excusa que necesitaba para huir.

—¿Señorita...? —musitó cuando llegué a su lado.

Sabía que tenía que cuidar cada uno de mis movimientos frente a ella y que aquel encuentro en los jardines llegaría a oídos del Emperador.

—El sol está empezando a darme dolor de cabeza —gruñí, adentrándome en los frescos pasillos abiertos.

No supe cómo tomarme que Clelia no indagara y se limitara a seguirme en silencio mientras trataba de orientarme para regresar a mis aposentos. Mi mente no paraba de retroceder hasta mi reencuentro con Aella, con todo lo que había desatado la prima de Perseo en relación al pasado que compartíamos. No había cambiado en aquellos meses, continuaba con aquel terco carácter que tantos problemas le había causado con su familia... y con ese amor tan incondicional que sentía hacia su primo. Un gruñido escapó de mis labios al escuchar de nuevo la voz de Aella intentando maquillar sus propias intenciones, protegiendo a Perseo y su absurdo sentido del deber hacia mí.

Sus mentiras hicieron que las cicatrices de mi espalda me cosquillearan, como un suave recordatorio de la tortura de volver a sentir las puntas de cuero del látigo golpeándome una y otra vez con brutalidad. No había podido obviar el modo en que el Emperador se había dirigido a él en la sala del trono, tan distinto al día en que me arrastró desde las mazmorras para desvelar frente a todos mis auténticos orígenes; en ese momento el Usurpador había marcado las distancias, quizá todavía arrastrando el disgusto de aquel malogrado compromiso con su única hija.

Pero las cosas habían cambiado.

Y Perseo se había convertido en uno de los favoritos del Emperador, quien gustosamente le había entregado la mano de la princesa Ligeia.

Mis pasos fueron aminorando de velocidad al pensar que tendría que compartir mucho más que espacio con ella. La fugaz imagen de la prometida de Perseo en los jardines hizo que mi estómago se revolviera de forma desagradable; su belleza era innegable, con esa tez pálida y su cabello castaño casi dorado... Por no mencionar sus ojos verdes, tan distintos a los de su padre pese a que compartían una tonalidad prácticamente idéntica.

La princesa Ligeia era el sueño de cualquier hombre en el Imperio. Además de su atractivo físico, había un aura de amabilidad y pureza que no hacía más que aumentar ese magnetismo que la rodeaba. No era la primera vez que pensaba en lo bien que podían verse Perseo y ella como pareja, ya no solamente en cómo encajaban sus apariencias, sino en el mensaje que podían dar al pueblo.

El heredero de una de las más poderosas gens dentro del Imperio uniéndose en matrimonio con la princesa.

Lo que dejaba al futuro emperador como un jugoso premio que el resto de gens lucharían por obtener.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Where stories live. Discover now