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Los dedos de mi madre se detuvieron en seco al escuchar mi último y resentido comentario

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Los dedos de mi madre se detuvieron en seco al escuchar mi último y resentido comentario. Giré hasta quedar acostada bocarriba, contemplando su expresión; sus ojos azules estaban fijos en mí con un brillo de alerta. A juzgar por el pasado que compartían Roma y ella, era muy posible que mi madre hubiera sabido desde el principio la verdadera identidad de Darshan.

—Sé quién es —le confirmé con amargura—. Su leve parecido a Roma lo delata.

Mi propia afirmación me hizo pensar en los motivos por los que el chico no nos había acompañado de regreso a la capital, quedándose en la prisión. El eco de la voz de Darshan resonó en mi cabeza, trayendo a mi mente el fragmento de conversación que logré captar mientras fingía estar todavía bajo el poder de la nigromante; Roma le había indicado que partíamos a la ciudad por la mañana, haciéndome creer que se nos uniría en nuestro viaje. ¿Habría sido decisión de Roma o de Darshan que al final no se presentara en el momento acordado? ¿Le habría pedido la nigromante que permaneciera en la prisión, a una distancia lo suficientemente prudente para que su secreto continuara sin salir a la luz? Había podido contemplar a Roma sin la máscara de plata, lo que dejaba en evidencia los lazos que compartía con Darshan.

La expresión de mi madre mudó a un gesto que oscilaba entre la sorpresa y la alarma.

—Y también soy consciente de los intentos de Roma para mantenerlo alejado de Ptolomeo y sus maquinaciones.

Una sombra atravesó el rostro de ella al mencionar al abuelo de Perseo. El cabeza de familia, en una ocasión, le había insinuado a la nigromante que era conocedor de la existencia de un segundo vástago, aunque no dio más detalles al respecto; Roma, haciendo gala de la familiar calma de los nigromantes, no cayó en las redes de Ptolomeo, optando por guardar silencio.

—No es seguro hablar de estos temas, Jem —me advirtió a media voz, con sus ojos recorriendo las paredes con un brillo cauto—. No en este lugar, donde estamos rodeadas.

Desvié la vista para contemplar nuestro entorno. Pese al lujo que recubría cada una de las superficies de la sala, había podido atisbar la verdad que ocultaba aquella opulencia con la que pretendía agasajarme el Emperador tras ordenar mi regreso: una nueva celda, mucho más cómoda que la que ocupé en la prisión. Pero una celda, al fin y al cabo.

Al parecer, la idea de mi salida de Vassar Bekhetaar había sido gracias a la insistencia de mi madre... y de Perseo. Gracias al desesperado mensaje que Sen había enviado, los dos se habían aliado con el propósito de convencer al Emperador de que mi lugar estaba en la capital.

«Tu madre se ha mostrado muy... convincente a la hora de demostrarme sobre lo equivocado que estaba al haberte enviado a Vassar Bekhetaar», había dicho el Usurpador en la sala del trono. El estómago se me agitó de un modo desagradable al creer interpretar el mensaje de sus palabras, al valorar hasta qué punto mi madre habría tenido que sacrificarse para sacarme de aquel infierno.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Where stories live. Discover now