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Por algún extraño motivo, los ojos se me llenaron de lágrimas al reconocer a Roma

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Por algún extraño motivo, los ojos se me llenaron de lágrimas al reconocer a Roma. La presencia de la nigromante era reconfortante; mientras que en el pasado lo único que había sentido hacia ella fue un ardiente odio, tras descubrir la verdad —lo que había hecho por mi madre, los lazos que parecían unirlas— ese sentimiento se transformó en compasión. La puta del Emperador, como todos la conocíamos, era una víctima más del tirano que se sentaba en el trono.

Y yo no había sido capaz de verlo hasta que casi fue demasiado tarde.

—Roma... —la voz se me rompió y un ataque de tos hizo que me doblara sobre mí misma.

La nigromante continuó sosteniéndome y sentí un calor expandiéndose por mi interior, un calor que procedía de las manos de ella. Supe que estaba empleando parte de su magia para ayudarme a recuperar las fuerzas que la silenciosa tortura de Fatou había ido arrebatándome poco a poco.

Roma me chistó con suavidad.

—Estoy aquí para ayudarte —me susurró y luego alzó la voz lo suficiente para que el resto de espectadores pudieran oírla con claridad—. He venido hasta aquí con órdenes directas y no pienso guardarme lo que ha sucedido.

Intuí que aquel mensaje iba dirigido hacia Fatou. Sin embargo, no pude evitar que algo se agitara en mi interior después de que mi mente fuera asimilando la presencia de Roma en Vassar Bekhetaar.

—Sabes cómo es este lugar, Roma —la voz del nigromante sonó sibilina, empalagosa—: solamente sobreviven los más fuertes. Esto no era más que una prueba, como tantas otras a las que han tenido que hacer frente para demostrar su valía.

Me encogí contra el cuerpo de la madre de Perseo y Darshan, temblando de rabia ante la desfachatez que había mostrado Fatou, el modo en que tergiversaba la realidad para tejer una historia que encajara a sus propósitos. Roma percibió mi estado y bajó una de sus manos hasta rodearme con él, pegándome contra su cuerpo.

—No, no lo sé —replicó con fiereza—. Hace tiempo que dejé de reconocer este lugar.

Porque tanto ella como mi madre habían sido enviadas allí en el pasado, cuando todavía las gens de los nigromantes vivían en armonía y el Usurpador no había eliminado a su propia familia para hacerse con el poder. ¿Habría sido diferente, en aquel entonces? ¿Fue la llegada de Fatou y el modo en el que se erigió líder de Vassar Bekhetaar lo que había ido contaminando poco a poco la prisión?

—Nasser —llamó entonces Roma, autoritaria—. Ayúdame.

Un corpulento nigromante se adentró en la celda, separándose del resto del grupo que parecía haber acompañado a Fatou y Roma hasta allí. Cuando le vi extender los brazos en mi dirección, me aferré a la tela de la túnica de la nigromante con las pocas fuerzas que su magia había logrado hacerme recuperar.

—Tranquila —Roma me habló con suavidad, como si fuera una niña pequeña—. Todo ha acabado, ratoncito. Estoy aquí para llevarte conmigo.


LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Where stories live. Discover now