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Sen me llevó de regreso a mi habitáculo

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Sen me llevó de regreso a mi habitáculo. Tras la amenaza velada de Reindek, el nigromante había apartado al otro de nuestro camino y me había sacado del comedor, dándome apenas unos segundos para echar la vista atrás y lograr distinguir la expresión ofuscada de Darshan entre los cuerpos que se movían de un lado a otro, presas de la excitación. El silencio se abatió tras nosotros al dejar el comedor a nuestras espaldas, internándonos de nuevo en aquellos pasillos oscuros y laberínticos; el sonido de nuestros pasos era lo único que se escuchaba a nuestro alrededor como música fúnebre.

Las consecuencias de mi espectáculo me golpearon cuando la quietud se tornó casi opresiva, haciendo que el rostro de Darshan volviera a repetirse en mi mente, provocándome un nudo.

Quizá había sido un error enfrentarme de ese modo al nigromante, pero el haber agachado la cabeza y haber permitido que se saliera con la suya podría haber complicado mi estancia allí, volviéndome un blanco fácil.

—No deberías haber entrado en el juego de ese nigromante —la voz de Sen me sobresaltó, pese a que no había hablado muy alto.

Contuve las ganas de poner los ojos en blanco ante sus palabras, ante el hecho de que no fuera la primera vez que las pronunciaba. Tanto él como el otro nigromante, Reindek, no se habían mostrado tan entusiastas como el resto por lo sucedido en el comedor comunitario.

—Es el único modo de poder sobrevivir aquí —repliqué.

Apenas habían pasado unas horas desde nuestra llegada y ya había podido comprobar de primera mano que los rumores que corrían sobre Vassar Bekhetaar solamente rascaban la superficie de la verdad. Aquel rincón era un infierno, ya no para las pobres almas condenadas que terminaban allí por sus delitos... si no para los otros que buscaban una salida a sus miserables vidas, convirtiéndose en Sables de Hierro, o los que eran obligados a viajar hasta ese lugar a causa del poder que corría por sus venas.

—Hay otras formas de sobrevivir aquí —me contradijo.

Me atreví a mirarle por encima del hombro. El comportamiento de aquel nigromante era, cuanto menos, sospechoso; nuestros caminos se habían cruzado por primera vez cuando intervino en el comedor, atajando la discusión antes de que las cosas se complicaran. Los motivos que le habían empujado a intervenir, cuando otros se habían limitado a reír y observar, todavía eran un misterio... Lo que despertó una leve oleada de recelo hacia Sen, hacia su inesperada ¿ayuda?

Detuve mis pies de golpe, obligando al nigromante que hiciera lo mismo.

—¿Por qué estás haciendo todo esto? —quise saber, apretando los puños con frustración.

Sen ladeó la cabeza.

—¿Hacer... el qué, exactamente? —respondió a mi pregunta con otra.

—¡Ayudarme! —exclamé, frustrándome con aquel estúpido juego.

Sen frunció sus labios y su mirada pareció enfriarse todavía más.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Where stories live. Discover now