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La conversación con el príncipe Octavio me dejó pensativa el resto de la noche

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La conversación con el príncipe Octavio me dejó pensativa el resto de la noche. Su nigromante, al alcanzar el límite su nivel de tolerancia, se acercó a su protegido y le sugirió que se marcharan; observé cómo se deslizaban a través de la multitud hacia la salida. Con un nudo en el pecho, fui testigo del breve momento entre el príncipe y Ligeia, además de Perseo, quien no se había alejado de su prometida. Verlos juntos avivó las ascuas de mi ira, haciendo que apretara los puños de la frustración desde el rincón en que seguía refugiada, pasando inadvertida entre el resto de invitados. Me pregunté si así habría sido su vida mientras yo intentaba sobrevivir a Vassar Bekhetaar. ¿Disfrutaría de veladas en compañía de Ligeia, haciendo gala de sus modales perilustres? ¿Se mostraría así de cercano a ella... como si no le resultara indiferente?

En la prisión me había abierto en canal con él, pronunciando incluso aquellas dos terribles palabras que me acechaban cuando tenía la guardia baja, creyendo que realmente podíamos tener una segunda oportunidad y hacer las cosas bien, sin mentiras de poder medio. Pero había estado tan equivocada...

Las cicatrices de la espalda empezaron a cosquillearme al recordar cómo Perseo, pese al poder que atesoraba, su maldita posición, no había hecho lo suficiente. Había dejado que Fatou lo mangoneara a su antojo, empleando a su favor las mentiras del nigromante; había dejado que Fatou me atara a ese bloque de madera y me azotaran mientras él... mientras él se limitaba a mirar. Aquella noche podría haber podido usar su poder contra mi verdugo y el monstruo que gobernaba la prisión; aquella noche podría haber hecho algo más. Y no lo hizo.

No lo hizo y se limitó a ver cómo el látigo destrozaba mi espalda una y otra vez mientras Fatou se encargaba de reducir mi corazón a cenizas, desvelándome lo que el nigromante se había negado a decirme.

Como si hubiera sentido la intensidad de mi mirada clavada en ellos, Perseo desvió la suya en mi dirección. No me había dedicado ni un solo gesto en lo que llevábamos de cena tras aquel pequeño encuentro al principio de la velada, fingiendo que yo no estaba allí, por lo que toparme con sus ojos azules, aunque fuera a una distancia de lo más saludable para ambos, fue como si algo tirara de mis entrañas. La idea de que fuera el responsable de los planes que guardaba el Emperador respecto a su primogénito hizo que entrecerrara mis ojos, sin romper el contacto visual con el nigromante. «¿Fuiste tú?», quise preguntarle mientras nos sosteníamos la mirada. «¿Fuiste tú quien me ha vendido al Emperador, creyendo estar salvándome la vida?»

Mi pecho se estremeció cuando Ligeia obligó a Perseo a apartar la mirada. La princesa estaba contando algo y apoyó la mano sobre la parte superior del brazo del nigromante; Ptolomeo sonrió con ganas y Perseo se mostró repentinamente tímido de lo que fuera que hubiera dicho su prometida.

Aquella imagen —lo bien que encajaban ambos— hizo que tuviera que desviar la mirada del mismo modo que Perseo... tropezándome casi de casualidad con la expresión pensativa de Aella. La prima del nigromante permanecía en un segundo plano, con una copa entre las manos y su avispada vista saltando de un invitado a otro. Pensé en lo que había insinuado sobre su presencia en el palacio, pasando a formar parte de la exclusiva camarilla de damas de compañía de la princesa; su abuelo estaba dejándose llevar por la codicia de haber obtenido un jugoso compromiso, intentando utilizar a la propia Aella para conseguir otro mejor aún.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Where stories live. Discover now