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Una enfermiza satisfacción me embargó por la intensidad con la que Perseo me presionaba contra la pared, intentando profundizar nuestro beso; era la primera vez que veía al nigromante comportándose de ese modo tan

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Una enfermiza satisfacción me embargó por la intensidad con la que Perseo me presionaba contra la pared, intentando profundizar nuestro beso; era la primera vez que veía al nigromante comportándose de ese modo tan... tan falto de su habitual y frío control. La respuesta a mi pregunta no había sido suficiente, su evasiva contestación había hecho que creyera por unos segundos que Perseo se ceñiría de nuevo a su papel de nigromante, que no permitiría que sus emociones se escaparan de la férrea celda donde se le había enseñado a encerrar cualquier tipo de sentimiento; la misma que había construido tras los años en los que Vassar Bekhetaar le había mostrado los horrores que ocultaba, obligándole a convertirse en una cáscara vacía para poder sobrevivir.

El aire se escapó de mis pulmones y mi mente se quedó completamente en blanco cuando el beso subió de intensidad; cuando Perseo se mostró mucho más osado que en nuestros anteriores encuentros, demostrando cuánto había aprendido de ellos... de mí. El nigromante no estaba mostrando ningún tipo de piedad conmigo, manteniendo mi cuerpo atrapado en aquel rincón oscuro del pasillo y haciendo que un chispazo de deseo empezara a despertarse en la parte baja de mi vientre. Habían pasado meses desde la última vez que estuvimos juntos en la hacienda de su abuelo, antes de que todo saltara por los aires, incluyendo nuestra relación. Y mentiría si dijera que, en ciertos momentos en los que más vulnerable me había sentido, no había anhelado el modo en que nuestros cuerpos habían encajado en el pasado, todo lo que traía consigo cuando estábamos juntos; esos momentos robados en los que habíamos disfrutado el uno del otro, en los que el nigromante había podido permitirse bajar la guardia y dejar a un lado la dura disciplina que le habían inculcado durante sus años de instrucción.

Cuando Perseo se separó para que ambos recuperásemos el aliento, me aferré a su cuello para impedir que pudiera alejarse mucho más, sintiendo los desaforados latidos de mi corazón en los oídos y los del nigromante chocando contra mi propio pecho.

—Te necesito —jadeé, casi sin voz.

No me avergonzó mostrarme de ese modo ante el nigromante, hablándole sin tapujos de lo que estaba sintiendo, pues sabía de primera mano que Perseo también me deseaba del mismo modo... y seguramente compartiría la misma necesidad que yo, por mucho empeño que pusiera en reprimirla.

—Jedham...

Su susurro ronco hizo que mi vello se erizara. Podía percibir cierta duda en su timbre de voz; le conocía lo suficiente para saber que estaba valorando el si seguir adelante, con todo lo que aquello conllevaba, u optar por poner fin a aquel encuentro en ese mismo instante, haciendo que nuestros caminos volvieran a separarse y ambos fingiéramos que nada de esto había tenido lugar.

Sabía que dentro de su mente estaban repitiéndose imágenes de los castigos y las amenazas a los que había sido sometido en la prisión por parte de sus instructores. El propio Perseo me había hablado de ellos antes de que pudiera sentir en mis carnes la crueldad que existía en aquel infierno perdido en el desierto.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora