Capítulo 3

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Me pegué a la puerta y ojeé el lugar. Era una sala llena de armas, todas las fantasías de cualquier persona que le gustase las armas estaba ahí. Un arma de cada categoría colgada en las paredes. Acaricié el dorso de un arma y efectivamente, eran reales. Había otra puerta negra maciza. La abrí y lo que ví me dejó helada.

Era una sala para torturas, el suelo estaba lleno de sangre. Había una silla en medio de la sala y una especie de panel horizontalmente plantado cerca de la silla donde te colgaban y ataban con las manos y piernas separadas. La sangre era reciente y formaba un charco debajo de la silla.

Mi respiración se aceleró y tropecé al caminar hacia atrás.

La escena era terrorífica, era como sacada de una película. Habían instrumentos de tortura desperdigados por todos lados esperando a ser limpiados de la sangre que habían clamado.

Salí de ahí pitando, no quería que me encontraran hurgando en un lugar así. Si me pillaban lo que me esperaba era lo mismo que le hicieron a la última persona que pasó por aquí. Corriendo cerré la puerta y salí al pasillo. Con cuidado de no ser vista por nadie.

Afortunadamente no había nadie en el pasillo y me alejé de la puerta acercándome a la del final cerca de la última puerta la uno que daba a la orgía masiva. Era mejor ser vista cerca de esta puerta que de las otras.

Decidí que necesitaba un trago. Mi garganta se había cerrado y tenía la boca seca de lo que me había provocado ver esa escena horripilante.

Salí del pasillo y entré otra vez en la sala repleta de gente, me dirigí a la barra y me senté en el taburete más cercano a la puerta que daba al pasillo lleno de puertas.

- Un whiskey. Largo. - el barman alzó la ceja y me lo sirvió sin rechistar aunque en su fuero interno se preguntaba qué hacía una muchacha bebiendo tan descaradamente bebida dura.

Me lo bebí de un trago y giré la cabeza en dirección a los reservados donde seguían bebiendo, drogándose, riendo y fumando puros largos y gruesos. Esos debían de ser de los caros.

Inspeccioné la pista de baile y no había nada raro. Cerré los ojos y ladee el cuello para masajearlo. Tenía los músculos agarrotados de tanta tensión.

¿Por qué no podía ser una adolescente normal y corriente? Siempre buscando pistas, inspeccionando, queriendo averiguar. Yendo de un lado para otro, metiéndome en la boca del lobo, a veces en lugares precarios y otras en sitios lujosos y peligrosos como este.

Necesitaba desesperadamente una noche tranquila, siendo una adolescente normal. Viendo a la gente pasándoselo bien en la pista de baile me hizo tener antojo de libertad, de normalidad.

Después de toda la mierda que había pasado me merecía un poco de normalidad, de diversión. ¿En qué estaba pensando? El trago me había relajado y dispersó mi concentración de a qué había venido a hacer en este lugar. Seguía masajeando los músculos agarrotados de mi cuello mientras paseaba la mirada por la pista de baile.

A lo lejos vislumbre a un chico tremendamente apuesto, con esta luz rojiza la gente no parecía tener las facciones tan marcadas, pero él parecía una escultura hecha por el mismísimo Michelangelo. Tremendamente hermoso y arrebatador de suspiros.

Hacía tanto tiempo que no me había sentido atraída por nadie que me pareció muy intrigante el sentimiento y me limité a explorarlo deliberadamente. Sin pudor, sin barreras.

El sentimiento me sorprendió tanto que me quedé mirándolo por más tiempo. Empezó a sonar Tell me the truth de Two Feet. Esta canción me gustaba. Apreté con más fuerza mi cuello intentando espabilar.

OSADÍAWhere stories live. Discover now