Capítulo 11 (I)

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Santa Mónica, otoño de 2013


Tenía casi catorce cuando logré abandonar San Sebastián; tras los tres años más dolorosos, tortuosos y traumáticos de toda mi vida. R había sido un hermano mayor fantástico hasta aquel fatídico día en que cometí el error de besarlo. Aunque me disculpé e intenté irme a la habitación, él no lo permitió; en lugar de eso, me convenció de que no había nada malo en ello. Incluso, su voz consiguió callar las advertencias de Karen y el sermón de Felipe.

Los días siguientes me sentí nervioso y apenado en su compañía, pero poco a poco todo cambió, adquirí la suficiente confianza para seguir adelante con esa "relación" y cuando me propuso "el negocio" acepté gustoso, sería dinero fácil. Ya había posado para cámaras con y sin ropa, ya el casero y un par de amigos me habían tocado como quisieron, no sería nada nuevo. Eso creí.

Tuve mucho miedo las primeras veces, durante las filmaciones. Aguantar los gritos del director, camarógrafos y compañeros de rodaje me ponía los nervios de punta. Había hecho cosas ya con R, pero él se aseguraba de ser dulce y no forzarme, por eso, nunca vi algo malo en esa enfermiza relación hasta que crecí. Sin embargo, lo que me pedían allí era horrible y llegaron a golpearme por no acceder, vomitar u ocultarme.

Le pedí a R parar ese tormento, le supliqué sacarme de allí cientos de veces; en cambio, me llevó a la calma y consiguió convencerme de seguir adelante con todo. Me dio clases de judo y defensa personal para mejorar mi confianza y partirle la madre a quien quisiera hacerme daño de nuevo en el set. También me enseñó a usar pistolas, aunque yo no tuviese un arma propia. Disfrutaba las prácticas de tiro con él, me cargaban de adrenalina.

Con el pasar del tiempo a su lado, dejó de importarme todo: ¿Grabar videos?, ¿bailar en vivo?, ¿asistir a citas? «¡Claro, R, soy tu Ángel! Haré lo que quieras, pero no te alejes de mí igual que Felipe lo hizo», solía pensar porque él se encargó de hacerme creer que si no era complaciente, me quedaría solo y perdido, de nuevo. Además, él cumplía mi sueño. ¿Qué era trabajar un poco en ese negocio?

Dejé de lloriquear en cada filmación. Empecé a mirar hacia la cámara cargado de ganas y deseo porque eso me enseñó también, además, R solía ubicarse tras el camarógrafo y su rostro reflejaba aquello que dejaba libre al volver a casa.

A pesar de todo, solo fingía. Me convertí en un mentiroso experto, capaz de hacerles creer a todos cuánto disfrutaba ese trabajo mientras moría por dentro cada vez. La escuela fue una bendición, aunque no me llevaba con la mayoría de los chicos, parecían tontos, huecos e inmaduros; sin mencionar que me buscaban bronca por querer ser enfermero o porque las niñas me preferían a mí. Ellas no me desagradaban, pero tampoco me importaba alguna por la misma razón.

Tenía once y era difícil para mí ser un niño normal cuando desde muy pequeño llevé casi una vida de adulto, sin mencionar que, ni siquiera traté con personas de mi edad mientras crecía. Sí, Feli, mamá y Karen quisieron darme una infancia relativamente normal, pero quizás no fue suficiente. Aun así, me sentí en paz dentro de la enorme biblioteca y allí pasé cada momento libre.

Sin embargo, para el segundo año de secundaria, empecé a meterme en problemas. R y ese maldito negocio me cambiaron. Aprendí tan bien a actuar como chico deseoso y complaciente que, sin darme cuenta, adopté esa identidad en mi día a día. Ya no solo fingía para él, el hermoso Ángel complaciente tomó el control.

Así que, empezaron a citar a mi representante, una y otra vez, porque "el joven muestra conductas sexuales inapropiadas" o "requerimos un informe psicológico del estudiante para saber qué está sucediendo, es preocupante su cambio". El chico que evadía a los demás, sumergido entre libros, hacía mucho que dejó de visitar la biblioteca; en lugar de eso, coqueteaba con buena parte del cuerpo docente para mejorar sus calificaciones o por mero morbo y deseos de encelar a R.

Entre sombras y sueñosWhere stories live. Discover now