Capítulo 8

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R me invitó a entrar y tragué con dificultad porque él lo haría detrás de mí. Temblé debido a mis propios nervios, por inercia llevé una mano hacia mi codo contrario, incómodo o más bien, asustado ante la situación.

El departamento era amplio, o así pareció entonces, quizás yo era demasiado pequeño o me sentí diminuto en aquel momento. Tal vez lo noté de esa manera, ya que la cocina abierta separaba de la sala, apenas por una barra-desayunador de sillas altas, además; la pared al fondo del salón, esa que captaba cualquier mirada, solo con abrir la puerta, era completamente de cristal. Había una vista impresionante de la ciudad y sus luces desde el décimo piso en el cual se ubicaba.

—¿Vive aquí solo, oficial? —pregunté incrédulo y le escuché reír bajo.

—Subinspector... —Volvió a corregirme, sonreí nervioso y recorrí el salón con la mirada. Una enorme tele, tenía también unas tres consolas ubicadas debajo, él continuó—: Y sí, así es, pero ahora tú me harás compañía.

Giré la cabeza en su dirección y le devolví una sonrisa incómoda en el momento que ubicó sus manos sobre mis hombros al pararse detrás de mí. Su calor en la espalda me hizo sentir extraño, asumí que se debió a esa cercanía y por eso, di un par de pasos al frente.

—¿Te gustan los videojuegos? —preguntó esperanzado, había expectación en su voz como si anhelase una confirmación.

—¡Sí! —contesté emocionado y corrí hacia la tele, él me siguió, pero se dedicó a encenderla y también la Xbox.

Un veloz recuerdo cruzó mi cabeza: Felipe y yo regresábamos a casa del trabajo, aunque odiaba que lo hiciera porque me sentía como bebé, estaba exhausto y él decidió cargarme en su espalda hasta que pasamos frente a un árcade.

—¿Qué dices, brodercito? —me dijo sonriente— ¿Estás muy cansado como para rechazar una partida del MK?

—¡Si tú invitas, yo le entro y te patearé el culo! —respondí sonriente luego de un bostezo.

—¿Ah, sí? Inténtalo, luego no quiero lloros.

Me llevó al interior y tras cambiar un billete por monedas, nos lanzamos a jugar. Me ganó, luego yo a él y así pasamos hasta acabar todo el cambio. Mi cansancio se esfumó en medio de risas. Cuando salimos del sitio, continuamos la revancha en el camino, con una de nuestras improvisadas peleas hasta llegar a casa a cenar.

No obstante, pensar en Felipe y aquel bonito recuerdo ocurrido hacía escasos meses, antes de abandonarme como lo hizo, tiró por tierra todo mi ánimo. Cuando R me entregó el mando del videojuego, sonriente, negué en silencio y bajé la cabeza para que no viese el temblor en mi mirada.

Me alejé hacia el ventanal, fue allí que pasé un puño por mis ojos para limpiarme. «¡Vete a la mierda, Felipe!», pensé, molesto, porque en adelante, por difícil que resultase, dejaría de pensar en él, sacaría de mi mente y corazón a ese traidor.

—Pequeño, ¿hice algo para incomodarte? —preguntó R junto a mí, pero se aseguró de mantener la suficiente distancia. Agradecí en mi mente por eso, y negué en silencio, él volvió a hablarme con ese tono condescendiente que, de algún modo, me hacía sentir más tranquilo—: Comprendo que es difícil, extraña o quizás loca esta situación, solo espero que de verdad te adaptes y no me pidas llevarte a un feo orfanato.

—Eso nunca —respondí en bajo, pero con la suficiente convicción para mirarlo a los ojos y verle sonreír, complacido—. Ya estoy aquí, enséñame el nuevo mundo, Colón.

R se soltó a reír por mis palabras, le secundé durante un rato hasta que Felipe volvió a colarse en mis pensamientos. Y es que, yo mismo me sentí Cristóbal Colón con cada salida al trabajo que realicé en su compañía.

Entre sombras y sueñosOnde as histórias ganham vida. Descobre agora