Capítulo Veintiocho

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No sé en qué momento he aceptado o considerado que esto es una buena idea.

Está claro que la Yizhuo del pasado no pensaba con claridad, es más que obvio, porque la del presente solo quiere golpearla.

Suspiro de forma exagerada y miro de reojo a Oriol; está arreglándose la barba —esa que tanto me gusta porque le da un aspecto un poco más desenfadado y menos serio—, después de nuestra ducha juntos. Debería estar haciendo lo mismo, pero prefiero observarlo y quejarme en mi mente por haber aceptado esto.

¿No podemos quedarnos bajo el chorro de agua eternamente? O en la cama. Ambas opciones me sirven.

—Si no te apetece, o no estás preparada, puedo cancelarlo —habla Oriol. A través del reflejo del espejo busca mis ojos y sonríe para tranquilizarme—. Mis padres van a entenderlo y no les importará que lo pospongamos.

Hoy es el día de reyes y como mi familia tampoco lo celebra como tal —aunque mis sobrinos van a tener regalos de mi parte—, Oriol había sugerido que fuéramos a tomar el típico roscón con sus padres y, de paso, conocerlos.

En el momento me había parecido una idea maravillosa; no eran muchas horas y tampoco una comida formal en una fecha señalada. En cierto modo, lo sigo creyendo, pero eso no quita que estoy muy nerviosa.

—¿Y si no es así? —Aprieto los labios para no decir más. Tengo que controlar mi verborrea para que no crea que estoy loca—. No quiero caerles mal desde el principio.

Oriol deja la maquinilla en el mármol del lavabo y se acerca a mí. Por vergüenza, bajo la cabeza y él me obliga a que la levante. Antes de decir nada, me mira. Solo me mira. Y con eso, me tranquilizo un poco. El efecto que tiene en mí es abrumador. No ha hecho nada, solo estar cerca de mí y ya es más que suficiente.

—Es imposible que eso suceda—asegura muy convencido y coloca una de sus manos en mi mejilla, acariciándola con el pulgar de forma lenta y delicada —. Saben que tengo muy buen gusto y que elijo bien. —Niego con la cabeza y me río, aliviando de forma momentánea el nudo que tengo en el estómago—. Van a adorarte.

Si Oriol no me importara, no estaría nerviosa ni tendría la sensación de que este encuentro es muy importante. Casi a todos los familiares de mi círculo cercano les caigo bien, soy encantadora y me hago querer; no obstante, ¿y si no es suficiente? ¿y si sus padres esperan otra cosa para su hijo?

Él viene de una muy buena familia, tienen dinero para rabiar y se codea con gente del mismo estilo. Y yo... yo solo soy una persona corriente. Estoy muy orgullosa de mis orígenes y de lo que hace mi familia, para mí es más que suficiente, pero quizá para ellos no.

—¿Como lo haces tú?

—Eso es imposible, Yizhuo —afirma y me besa con dulzura los labios. Es breve, pero transmite mucho más que mil palabras—. No hay nadie en el mundo que te adore más que yo.

Un batiburrillo de emociones está revoloteando en mi estómago al escucharlo. No sé qué decir o si es consciente de lo que sus palabras significan para mí, del caos de emociones en las que me sumerge.

—¿Tanto?

—Más de lo que puedas llegar a imaginar.

Sonrío y le hago un gesto para que podamos seguir arreglándonos, así apaciguo —o lo intento—, mi corazón. Al haber pasado ya tiempo aquí, me he acostumbrado a que haya dos lavabos con dos espejos, por lo que me agacho para coger el secador y el cepillo moldeador.

—¿Puedo ayudarte? —Él parece que ya ha acabado, su barba está perfectamente recortada y lleva el mismo peinado de siempre, con ese ligero tupé que le sienta de maravilla, resaltando sus facciones—. Por tu mirada, estoy guapo —se regodea.

Entre mil cariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora