Capítulo Diecinueve

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Aprieto los labios sin dejar de mirarlo. Él también está muy pendiente de mí, con el ceño claramente fruncido y una expresión de desagrado que solo me genera confusión. ¿Por qué está enfadado? No tiene motivos para estarlo.

Además, ¿qué hace aquí? Dudo mucho que haya sido una casualidad, es que es imposible. De todas las discotecas que hay en Barcelona, que no son pocas, no puede haber elegido la misma que nosotros. Es que es imposible. No creo que sea el destino el que me está mandando otra señal porque en este tipo de casos no funciona de este modo.

—Yizhuo.

Escucharlo pronunciar mi nombre, de esa forma tan suya, en ese ronroneo en la que su voz grave es como una caricia, me provoca un escalofrío que recorre todo mi cuerpo.

He echado de menos su voz, la manera en la que me habla, cómo me mira... A él.

Y odio hacerlo. Odio que con solo verlo ya me genere tantas emociones que no soy capaz de controlar.

—¿Qué? —gruño, soltándome de su agarre de forma brusca.

Ni me molesto en pronunciar su nombre o ser educada. Esa fase de formalismos y educación ha quedado muy atrás entre nosotros. Si sigo así, a la defensiva y centrándome en las cosas negativas que hemos vivido, podré sobreponerme. Tengo que hacerlo de hecho. Qué fácil es la teoría y difícil la práctica.

El alcohol me ayudará, espero, a no caer de nuevo en la tentación llamada Oriol.

—¿No vas a saludarme?

Resoplo, ¿en serio hará como si nada?

—¿Qué haces aquí?

Como no responde de inmediato, le doy la espalda y le sonrío al chico con el que estoy bailando, para seguir haciéndolo. No voy a entrar en su juego, lo tengo muy claro; sin embargo, Oriol no da por acabada la conversación, porque vuelve a cogerme la mano para que lo mire.

—Estamos hablando, Yizhuo —remarca de forma muy insistente.

—No, no lo estamos haciendo.

—Eh, creo que la estás molestando —habla Pablo. Eso le da puntos, parece buena persona que no tiene miedo de intervenir en este tipo de situaciones—. Además, está bailando conmigo.

Oriol lo mira del mismo modo que hizo con Rio cuando acabé con puntos en la mano, asesinándolo con los ojos. Todo se vuelve incómodo, el ambiente, la conversación... Hasta mi ánimo. Las ganas de divertirme se esfuman.

—No vas a acostarte con mi novia —gruñe con la voz más ronca de lo normal. No ha alzado mucho el tono, pero se le ha escuchado a la perfección por encima de la música—. Olvídate.

¿Novia? ¿Qué demonios le pasa por la cabeza para decir eso? Estamos semanas sin hablar porque me ignora, voy a pedirle explicaciones, acabamos fatal y ahora suelta esto. ¿Tan celoso es que no puede verme con nadie que no sea él? ¿Tanto para usar esas palabras a la ligera sabiendo lo que me van a molestar? Es que eso es una red flag andante que solo me indica que tengo que alejarme.

—No lo sabía, lo siento —se disculpa Pablo y se marcha entre la multitud de personas de la pista.

Yo, en lugar de quedarme quieta, me vuelvo con mis amigos, soltándome de nuevo de su agarre. Si no han visto a Oriol, lo hacen cuando sigue detrás de mí, casi pegado como una lapa. Ni ha pasado por el ropero, porque lleva su chaqueta encima.

¿Está aquí con sus amigos o porque ha venido a por mí? No quiero ni pensarlo, a cuanto más lo miro, más me cabreo.

—¿Puedes dejarme en paz? —le pido, bastante molesta. Ya me ha fastidiado bastante la noche—. Ya nos hemos saludado o lo que sea que se te pase por la cabeza. Ahora vete a bailar, ligar, o lo que sea que haga la gente de tu edad. Búscate a otra para confundirla.

Entre mil cariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora