Capítulo Veintitrés

2.9K 216 86
                                    


Cuando me despierto, no sé ni qué hora es. Busco el cuerpo de Oriol para remolonear un poco, acurrucándome a su lado y que me dé calor porque no quiero levantarme, pero no lo encuentro. Abro los ojos para darme cuenta de que estoy sola en la habitación y que no hay ni rastro de él.

No puede haberse ido sin despedirse. Me niego. Yo no lo haría. Bueno, me corrijo, no volvería a hacérselo. ¿Está devolviéndomela? ¿Es su venganza? Si es el caso, me voy a enfadar mucho, porque no se pueden comparar las situaciones.

Cuando yo me había marchado no éramos nada, él lo había dejado muy claro; no obstante, en este momento somos pareja. No es nada similar.

Busco el móvil para comprobar si hay algún mensaje en el que me dice que se ha tenido que marchar y el motivo. Al abrir Whatsapp, las notificaciones casi me bloquean el teléfono, pero ninguna es de Oriol.

¿Dónde se ha metido?

Clavo la vista a una de las paredes de la habitación, en un intento de espabilarme porque sigo medio dormida. Es todavía pronto y si quisiera, podría descansar un poco más. La idea me llama mucho la atención, pero prefiero no hacerlo para saber qué ha pasado con Oriol.

Debo intentar pensar con claridad y buscar una explicación lógica. Quizá ha tenido alguna emergencia médica, puede ser una posibilidad, por eso no está aquí; sin embargo, eso no explica que no se haya despedido de algún modo, aunque sea con una nota.

El ruido de la puerta abriéndose rompe mi momento conmigo misma —o mi empane mental—, y sonrío al ver que es él. Me he comido la cabeza por nada.

—Buenos días —saluda y se acerca para besarme la frente con cariño. Cierro los ojos ante ese contacto y sonrío. Me gusta esta forma de saludarnos por la mañana, creo que quiero tenerla siempre que pueda—. ¿Has dormido bien?

Aprovecho para darle un buen repaso antes de contestarle. Lleva solo una toalla —justo una de las mías—, que le cubre solo lo importante. Mis ojos recorren sus abdominales y su cuerpo, comiéndemelo con los ojos. Es demasiado guapo.

¿Me cansaré alguna vez de mirarlo? Lo dudo, si es como tener un modelo solo para mí.

—Si sigues mirándome así, me desgastaré —ríe. Estoy tan absorta observándolo, que veo a la perfección como una gota le cae del pelo para recorrerle el torso—. ¿Yizhuo?

—Perdón, es que creo que quiero convertirme en una gota de agua.

Vuelve a reírse y aprovecho para levantarme. Me da igual que acabe de salir de la ducha, lo abrazo. Él no tarda en rodearme con los brazos y vuelve a besarme la frente. Sonrío al oler el aroma de mi gel de ducha perfumado en su cuerpo, es muy distinto al varonil y fuerte al que estoy acostumbrada.

Oriol es mi novio. Mi pareja. Es que no me lo acabo de creer.

—No me has respondido —habla y empieza a acariciarme el pelo con suavidad.

Estaría así una eternidad, a su lado, abrazados como si no importase nada más. Ya no tengo sueño, al lado de Oriol se me pasa. Todos mis sentidos están en alerta, exprimiendo al máximo cada cosa que él hace, captando hasta los detalles más nimios para recordarlos.

—Por lo poco que hemos dormido, no puedo considerar si ha sido bien o mal, no tengo datos suficientes.

Ha sido una noche interesante. Como todas las que paso con él en realidad. Nos hemos vuelto adictos a las sensaciones que provocamos en el otro. A desearnos mutuamente, sin cansarnos de explorarnos ni de perdernos entre mil caricias

Es difícil explicar con palabras lo que para mí esta noche ha significado, no solo porque ha sido el mejor sexo de mi vida; es más bien porque siento que hemos conectado más allá de lo físico. Ha habido algo más; algo que no sé calificar.

Entre mil cariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora