Capítulo Dos

5.7K 451 128
                                    


Casi no tengo tiempo de pensar en lo que ha pasado porque las horas que quedan hasta que cierra la discoteca, estoy hasta arriba de trabajo. Es curioso que cuando menos gente queda, más bebidas piden y más extrañas, demostrando que no parecen muy dispuestos a marcharse. Tampoco me fijo en si Oriol sigue pendiente de mí o si ha encontrado otra persona con la que divertirse; y si es el caso, mejor para él, a mí me da bastante igual.

Sé que si mi jornada hubiera acabado justo cuando me había pedido que nos fuéramos juntos, lo hubiese hecho. Tonta no soy; es atractivo, educado —me he quedado con la curiosidad de qué quería hacerme con palabras exactas—, y al hablar con él me he sentido cómoda.

No sería el primero —ni el último—, con el que tengo una aventura después de conocernos en la discoteca. Me gusta pasármelo bien, sin complicaciones ni ataduras. Trabajar de noche me ha facilitado este aspecto, es mucho más fácil ligar de este modo.

Esa es otra cosa con la que mi familia —sobre todo mis padres y abuelos— se escandalizaría si lo supieran; son tradicionales y creen en unos valores que no comparto, o no del todo. No pueden culparme de que mi pensamiento sea distinto, no cuando de los tres hermanos soy la que se ha criado y crecido aquí. Ellos al llegar ya tenían cierta autonomía, podían desplazarse con transporte público de un lugar a otro y por eso hicieron amigos dentro de la comunidad china de las ciudades cercanas.

Algo que yo no he tenido; o no del mismo modo. Mis primeros amigos, algunos que aún conservo, son de aquí, he crecido con ellos, he celebrado sus mismas festividades, he querido hacer lo que hacían... Fuera del ambiente de mi casa soy como una chica española más, me siento en parte así.

Adoro a mi familia, mis raíces y mi cultura —nunca renegaré de eso porque es parte de lo que soy, estoy muy orgullosa de ser china—, pero si me comparo con ellos, me siento más occidentalizada en ese sentido. Que no es malo, o eso creo, es solo una forma distinta de ver el mundo, una que supone una pequeña brecha con las personas que más quiero en el mundo.

Siempre he pensado de ese modo, pero cuando me mudé a Barcelona para estudiar en la universidad, pude hacer lo que quería sin tener miedo de que mis padres se enteraran. Aunque si había ido ahí en primer lugar había sido porque era lo que ellos querían.

De pequeña esas diferencias me habían afectado más, no me consideraba una buena hija por no apreciar todas nuestras costumbres; tampoco me sentía de aquí, incapaz de comprender ciertas cosas. Estaba —y sigo estando—, en un punto medio, uno en el que me he adaptado a vivir.

—Te he visto. —Arnau me aborda mientras me estoy cambiando antes de salir. Para volver a casa prefiero ir con ropa cómoda, zapato plano y nada arreglada. Es demasiado temprano, o tarde según cómo se mire, para preocuparme por eso—. ¿No tienes nada que contarme?

Mmm... —Sé a lo que se refiere, a mí también me gusta observarlo si está en otra barra, sobre todo por si le sucede algo. Porque en ese caso, lo dejo todo para ir a ayudarlo—. Sí, ¿quieres escucharlo? —Él asiente—. Este tono de rojo me queda muy bien, definitivamente es mi color. Cuanto más lo miro, más me encanta —aseguro, tocándome los labios—. Lo volveré a usar en el siguiente turno, me ha ido bien con las propinas y no están muy resecos.

—Yizhuo. —Me mira, enarcando una ceja—. No soy ciego y nuestras barras no están tan lejos unas de otras, te he estado observando.

—Tú, por el contrario, has estado muy aburrido ¿no? —Le miro por el reflejo del espejo antes de lavarme la cara y acabar de desmaquillarme. Ha bailado poco para lo que es él, tampoco ha tenido esa actitud tan dicharachera que le caracteriza—. ¿Has admitido, por fin, que te mueres por mí? ¿Por eso has estado tan soso?

Entre mil cariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora