Mi tritón

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En las profundidades marinas, casi en el punto medio del océano, se encontraba un reino gigantesco, habitado por miles de especies submarinas

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En las profundidades marinas, casi en el punto medio del océano, se encontraba un reino gigantesco, habitado por miles de especies submarinas. Entre ellas se contaban a las sirenas y tritones, criaturas pensantes e inteligentes que gozaban de un mayor poder. Un claro ejemplo de ello era su reina, la valiente y perspicaz Simone Kaulitz, quien desafiaba a mil tiburones y se ganaba el respeto de todos. Y, por supuesto, su único hijo y mayor tesoro, William Kaulitz, también conocido como Bill.

— ¿Cómo es posible? — Dejó de nadar para ver a su gran amigo, Gustav, un tritón mayor por un año que siempre estaba cuando el príncipe se metía en problemas. Su más grande amigo de infancia.

— Los humanos, esas detestables bestias. — Indicó, colocándose frente al príncipe.

Bill torció los labios con preocupación. Gustav le había comunicado el reciente decreto real emitido por su madre aquella tarde, siendo más terrible de lo que imaginaba. En las últimas semanas, había casos de sirenas y tritones desaparecidos, especialmente mujeres, lo que causaba preocupación en el reino.

Según una supuesta fuente, una sirena llamada Ruth había sido secuestrada por un humano con extraños artefactos en todo el rostro. Rápidamente, el mensaje llegó a la reina, quien impuso un toque de queda hasta resolver el problema.

— ¿Estás seguro? Dijiste que el informante era un tipo extraño... con problemitas. — Trató de encontrar una solución lógica, negándose a creer que algo tan horrible pudiera ser obra de esa especie que le fascinaba ver... en dibujos.

Esperaba que los responsables fueran los tiburones, sus enemigos naturales, y no los humanos, casi tan parecidos a ellos.

— Estaba en estado de shock, por eso balbuceaba todo el tiempo. — Dijo con obviedad pero luego cambió su expresión a una preocupada.
— Príncipe William, debemos regresar, no tiene permitido salir. — Trató de sujetar por la muñeca al otro, pero no se dejó. — Como su escolta, debo llevarlo hasta su habitación. Por favor, acompáñeme. — Pidió. Pero entre más hablaban, más se alejaban.

— No, es importante que vaya
dónde... — No le fue permitido terminar, por un fuerte estruendo que interrumpió a ambos chicos.

Se habían alejado tanto del reino que habían llegado a aguas peligrosas, casi a la superficie. Una gran red había atrapado a una cantidad considerable de peces que luchaban por su vida, pero lo peor era que también había atrapado a una sirena. Aunque no se divisaba bien, se distinguía una cabellera rubia, lo que llevó a Bill a querer ayudar de inmediato.

Gustav rápidamente sujetó el brazo del príncipe y lo jaló en dirección opuesta. El pelinegro abrió los ojos con desconcierto y fulminó con la mirada a aquel barco a unos metros de distancia, que flotaba sobre ellos.

— ¡Espera! Debemos ayudarla. — Trató de liberarse del agarre, pero fue en vano. En su desesperación, trató de golpear con su cola al contrario, lo que lo sorprendió al ser un ataque viejo y... prohibido. Sin embargo, fue suficiente para que lo soltara. Bill procuró disculparse mucho con Gustav luego, pero ahora debía rescatar a la rubia.

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