Capítulo 36.

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BESTIA INFERNAL

Santiago

La cabeza me punza al escuchar todo lo que está diciendo el comandante Andros Panteli quien está despotricando su bravío odio por Stavros Constantinou, el asesino que terminó con la vida de su esposa, hija, hermana y madre.

No ha parado de dar vueltas por toda la sala de juntas donde cada soldado luce más que aburrido. Estoy a nada de quitarme la bota militar para aventársela en su puñetera cabeza para frenarlo.

De reojo miro a Sirena quien luce incómoda sentada en la silla de cuero lo cual me hace apretar los dientes y manos en puños ya que si no puede estar sin problema alguno en esa silla es por lo que ese bastardo doctor le hizo con ayuda de la puta de su enfermera.

Mi único consuelo, uno que no debería ni tener pero que está, es que esos hijos de la verga yacen muertos y en los estómagos de todos los canes chipriotas que tienen aquí en la base militar donde estamos hospedándonos.

Me reacomodo en mi lugar fingiendo poner atención al quejica del comandante Panteli y, cuando un repiqueteo de botas militares resuena en la habitación de forma apresurada no puedo evitar sentirme más que aliviado porque ya era hora que la oficial de inteligencia de la FESM mexicana mostrara su jeta. Se quiere hacer la interesante cuando debería estar haciendo su maldito trabajo. Si algo odio es a los impuntuales de la verga que se creen reyes y señores del tiempo valioso de otros. Cómo si no tuviésemos un puñetero trabajo qué hacer. Si ella fuera mi subordinada ya le habría quitado su cargo.

La esbelta mujer camina con el mentón en alto y con una carpeta en manos mientras le pide amablemente al comandante que tome asiento.

El hombre hace caso y ella pronto está en la punta de la mesa ovalada. Porta un uniforme militar demasiado ceñido a su delgado cuerpo y debo admitir que me dan ganas de cogérmela, pero por impuntual la aventaría de un jodido avión sin paracaídas y disfrutaría tanto ver cómo su cuerpo se llena de sangre.

—Han sido convocados aquí porque tengo información nueva sobre el paradero de Boris Novakov y Ahmed Makalá —empieza a decir la soldado mexicana de cabello negro cuyos ojos felinos color miel me recuerdan a Jake pues se parecen un putazo. Ella le pide al tal Hacker que encienda el monitor y él lo hace. El rostro de un hombre de ojos almendra aparece en la pantalla el cual tiene una grande X en media cara y eso es indicador de que está fuera del juego, es decir, tieso y quemándose en el infierno. A su lado aparecen cuatro fotografías más—. Cómo saben, Emir Akınözü afortunadamente murió en medio de la guerra en el mediterráneo lo cual nos quita un peso menos de encima, no obstante, Novakov y Makalá escaparon y por desgracia se han refugiado en la base paramilitar de Stavros Constantinou.

La simple mención de ese hombre hace que el comandante Panteli se alce. Ruedo los ojos, aquí viene su letanía.

—¡Lo ven! ¡Les dije que se unirían con él! —exclama Panteli, la pelinegra pica un botón en el control que tiene en su mano. En la pantalla aparece la base paramilitar que maneja Constantinou.

—En efecto, comandante. Los criminales que buscamos están ahora bajo el yugo de Stavros. Llevan ahí desde el fin de ese aparatoso enfrentamiento y los hombres que mandamos a inspeccionar el perímetro han confirmado que no ha habido salida de absolutamente ninguna persona ni por tierra, mar o aire lo cual significa que están escondidos en ese lugar.

Panteli tensa la mandíbula y eso me hace soltar una risa que todos escuchan y poco me importa.

—¿Le causa gracia esto o qué, coronel? —espeta el chipriota, haciéndome bostezar.

Tornado (Libro 1)Where stories live. Discover now