Capítulo 18

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DESTRUCCIÓN TOTAL ​​​​​​​

Santiago

«¿Qué mamada acaba de suceder?», es lo primero que me pregunto cuando ella me da la espalda para ducharse y fingir que nada pasó.

Todo me arde y duele, mi verga es testigo de eso porque ya la tengo tan dura como una roca y no puedo bajarla por más que lo intento, menos teniendo a semejante hembra frente a mí quien llora por algo que no comprendo.

¿Fui brusco? ¿La asusté? ¿La besé con mucha intensidad? Imposible, ni siquiera logré profundizar como me gusta y acostumbro, así que definitivamente no fue mi culpa.

Me observo la dura y venosa verga la cual está demasiado erecta y acariciándome los abdominales de hierro que tengo. La separo un poco y luego la suelto logrando que esta emita un chasquido cuando se estrella contra mi abdomen. Con la mano izquierda me toco el glande y dibujo pequeños círculos sobre el orificio de la uretra sintiendo intensos latigazos de lascivia en mi cuerpo para después bajar al frenillo que suplica ser mamado por ella. Obviamente eso no sucede porque está sollozando por quién sabe qué razón.

Suelto un grande y frustrado bufido mientras aparto la mano de mi carne ya que si me toco no podré parar. Me enfoco en Sirena cuyos hombros ahora tiemblan. Deseo preguntarle, pero no me creo capaz de articular palabras cuando todo en mi cabeza grita sexo, sexo, sexo.

Así que espero paciente a que termine su rayoducha y apenas pone un pie fuera procedo a bañarme colocando el agua helada para bajarme lo jarioso.

Intento pensar en perros muertos, pero de reojo capto como ella se empina dejándome ver la rosada raja que deseo mamar y aquella irrefrenable lujuria me hace enrollar la mano torno a mi tronco para masturbarme.

A la verga todo.

La sensación es tan abrumadora que no me cuesta entrar en calor de modo que lo gélido de la ducha no me afecta en nada. Bombeo con energía utilizando mi mano izquierda pues soy zurdo, y me trago mis gemidos mientras imagino que son sus grandes pechos los que acunan mi dura verga para complacerla.

El pulso se me dispara con violencia dejando en claro cuan necesitado estoy de enterrarme en un apretado coño, pero Freya está lejos y esta hembra de ojos grises no me dejó pasar más allá de un beso lo cual me frustra.

El bochorno se transforma en impotencia provocando que me la jale más recio al grado de solo escuchar el impacto de mi mano con mi pelvis.

Cierro los ojos y traigo a la memoria su desnudez, la inocencia de su mirar, el casto beso que me dio y la violencia con que arremetí en su boca para dejarle en claro que no me va lo suave porque soy el tipo de macho que desea obtener todo de ti con un beso que te pondrá arder entera hasta el grado de hacerte olvidar tu puñetero nombre.

Con la otra mano me acaricio la punta de mi falo y pierdo compostura porque una bravía corriente de placer me escala la columna hasta llegar a mi corazón para hacerlo latir más fuerte. Basta un minuto más de arduo bombeo para eyacular contra la pared mientras suelto un alto gruñido animal el cuál es seguido por un duro azote al piso que me hace fruncir el ceño.

—¿Sirena? —la llamo con voz alta, enronquecida, más no responde así que no insisto.

Termino de bañarme pensando en la mujer que Sirena amarró contra la cama. Si la dejó ahí es porque es una pieza importante en este juego del gato y ratón. La miré y no me sorprendió encontrarme con que tiene los dedos destrozados. Todo indica que recibió balazos en ellos lo cual me hace esbozar una sonrisa porque esa mujer de ojos tempestad es de armas tomar.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora