10.- Fiesta

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Debí sospecharlo.

Había una razón para que en los bailes de clausura de año me disfrazaran de muñeco. Ni siquiera me dejaban participar en el papel del hombre. Diablo, oso o caporal; esas eran mis funciones. Los elementos más tiesos de la puesta en escena. Los bailarines que no bailaban.

Era la primera fiesta con chicos del salón. Se trataba del cumpleaños de Katia Majluf y lo celebraría en el jardín de su casa. Ella tenía enamorado y no solo caminaban de la mano, también se besaban en el club. Al llegar a la fiesta, busqué a Adriana. Se encontraba sentada del otro lado de la pista de baile. Su rostro cambiaba de color por el juego de luces.

—Qué aburrido. Nadie saca a bailar —refunfuñó.

Katia se acercó a nuestro lugar. Su novio venía con ella.

—No se preocupen, chicas. Rodrigo, dile a tus amigos que dejen el fulbito y que vengan a bailar —señaló molesta.

El enamorado de Katia cruzó la pista de baile, se detuvo junto a la mesa de fulbito y confiscó la pelota. Solo bastó con que los chicos dejaran de mirar a los jugadores incrustados en fierro, para que la promoción de sexto de primaria enloqueciera. Yo estaba contemplando la cocina. La abuela de Katia cortaba moldes de pan, la empleada trituraba paltas.

—¡Siéntate aquí! —me recriminó Adriana, tirándome del brazo.

Cuando lo hice no quedaba ninguna chica en pie. Todas se habían distribuido en las sillas alrededor de la pista. Según Adriana, nuestro lugar era el mejor para que nos sacaran a bailar. Estábamos junto a la mesa de bocaditos y los hombres siempre tenían hambre. De una u otra manera nos iban a ver. Katia jaló a su enamorado hacia la pista de baile. Se pararon en medio del tabladillo, justo debajo de una gran bola metálica y empezaron a danzar. Entonces, quince chicos se acercaron a las sillas como buitres. Con la diferencia de que los buitres elegían materia descompuesta. Los hombres lo hacían por el contrario. Tenían en la mira a las más bonitas. Aquella teoría que había visto junto a mi hermano en el Discovery Channel acerca de la elección de pareja era una mentira. Hasta los más feos creían poder conquistar a las más lindas. En el caso de mi promoción, Katia y sus amigas. Y así, ellas fueron las primeras en estampar su mapa de pasos sobre el tabladillo.

«Mariana, ¿quieres bailar?»

«Luciana, ¿quieres bailar?»

«Camila, ¿quieres bailar?»

Se movían en perfecta sincronía. Eran casi las Spice Girls. Inclusive, habían coordinado los colores de su ropa. A mi lado, Adriana intentaba tomar un mini pionono de la mesa de bocaditos sin tener que dejar su asiento. Estiraba el brazo, al punto de quedarse su silla sostenida de una pata y ella colgada del mantel de la mesa.

—¿Por qué no te acercas? —le pregunté.

—Mira a la izquierda. ¿Ves al chico rubio con camisa a cuadros? Me ha estado mirando, creo que va a venir a sacarme a bailar.

—Yo sí voy; tengo hambre.

Me detuve junto a la mesa y comí algunos bocaditos. Tomé una servilleta y coloqué un par de mini piononos para mi amiga. Fue entonces que sentí un toque en el hombro y una voz plagada de gallos habló:

—¿Quieres bailar?

Era alto, llevaba puesto un polo verde. Sus ojos eran del mismo color. Pero no era cualquier verde, era del tono de las uvas.

—No te preocupes. Primero termina de comer —dijo sonriendo.

Tragué lo más rápido que pude y avanzamos hacia la pista de baile. Estaba repleta de parejas. Adriana ya danzaba con el chico rubio una canción de salsa. Se miraban directo a los ojos. Lo hacían con tal fijación que parecían transportar una manzana frente con frente.

𝕃𝕆𝕊 𝕄𝔼𝕁𝕆ℝ𝔼𝕊 ℂ𝕌𝔼ℕ𝕋𝕆𝕊 ℙ𝔼ℝ𝕌𝔸ℕ𝕆𝕊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora